La muerte de Safia, la porteadora
Safia Azizi, licenciada en literatura árabe, murió aplastada por una avalancha humana al entrar en Melilla. Como otras muchas mujeres, sobrevivía introduciendo fardos de contrabando en Marruecos
IGNACIO CEMBRERO El país, 04/01/2009
Safia Azizi, de 41 años, cayó al suelo en la llamada jaula a las 7.20 de la mañana. Fue arrollada por sus compatriotas marroquíes que se apresuraban por entrar en Melilla a través de la frontera peatonal de Barrio Chino. Ante los angostos tornos azules, entre vallas de alambradas que dan acceso a la ciudad, se agolpaban entre 300 y 400 porteadoras. Varias decenas la pisotearon.
Era licenciada en literatura árabe, pero, al no encontrar trabajo en Fez, emigró para trabajar de porteadora
"¡Parece que entran en el matadero!", clama el hermano de Safia ante los tornos que franquean los contrabandistas
Junto con Safia, al menos otras siete personas fueron derribadas. Un policía español se percató del accidente y quiso llegar a las víctimas. Tuvo que efectuar dos disparos al aire para abrirse camino hasta Safia, que respiraba con dificultad. Los agentes cerraron Barrio Chino y llamaron a una UVI móvil. Cuando llegó, la mujer había entrado en parada cardiorrespiratoria. Los sanitarios intentaron reanimarla. En vano.
A las 8.45 del 17 de noviembre, el cadáver de Safia fue trasladado al Hospital Comarcal de Melilla, en cuyas urgencias fueron también atendidos los otros siete heridos de Barrio Chino. Se le practicó la autopsia. "Hemorragia pulmonar" causada por una violenta compresión del tórax fue la causa de la muerte.
La noticia de su fallecimiento se propagó como un reguero de pólvora entre los 8.000 porteadores, en su mayoría mujeres, que de lunes a jueves entran a pie en Melilla para después regresar a Marruecos con enormes bultos de mercancías de contrabando: desde neumáticos hasta ropa usada.
En 2006, el valor del estraperlo fue de 440 millones de euros, según la última evaluación de la delegación del Gobierno de la ciudad, aunque desde Marruecos se calcula que de Ceuta y Melilla salen productos por un valor superior a los 1.400 millones al año. Los réditos del contrabando, junto con el blanqueo del dinero del hachís, explican, en parte, que después de Madrid, las sucursales bancarias de Ceuta y Melilla sean las que más dinero acumulan en depósitos, según un informe de Caja España.
De ser cierta la estimación marroquí, la cifra equivale a las exportaciones de España a Argelia en 2007. Si se suma a ese "comercio atípico", como lo llaman púdicamente los melillenses, las exportaciones legales, España es el primer socio comercial de Marruecos, por delante de Francia. Del contrabando viven directamente 45.000 personas en Marruecos y otras 400.000 indirectamente, según la Cámara de Comercio Americana de Casablanca.
Aquel 17 de noviembre, Dunia, de 30 años, originaria de Marraquech, no trabajó como porteadora porque tuvo que acudir al hospital El Hassani de Nador, ciudad marroquí a 14 kilómetros de Melilla. "Allí me contaron que había muerto una compañera", recuerda sentada en la cafetería Melilla de Beni Enzar, el poblacho pegado a la ciudad española. "No supieron darme el nombre, pero me dijeron que era licenciada". "Entonces supe que era Safia, mi amiga desde hacía siete años".
"Sí, Safia era licenciada en literatura árabe por la Universidad de Fez", confirma su hermano Mustafá Azizi. Numerosos licenciados en paro se manifiestan casi a diario en las grandes ciudades marroquíes reivindicando empleo, pero ella hace tiempo que había optado por trabajar en lo que fuera con tal de no desafiar a los antidisturbios.
Safia era la cuarta hija de una familia de ocho de Dhalil, una aldea a 24 kilómetros de Fez, cuyos padres se esforzaron por que sus hijos estudiasen. "Le sirvió de poco, porque no encontró un puesto adecuado a su formación y hace 11 años emigró a Beni Enzar, donde la contrataron en una conservera", recuerda el hermano, profesor de matemáticas en un instituto de Agadir y miembro de la Asociación Marroquí de Derechos Humanos.
"Aquello duró poco y no tuvo más remedio que ganarse la vida como porteadora y, los fines de semana, de pinche de cocina o camarera en las bodas y bautizos de Melilla", prosigue Mustafá. Los residentes en la provincia de Nador están autorizados, en teoría, a entrar en Melilla sin visado en su pasaporte, pero no pueden dar el salto a la Península.
Por eso, numerosos habitantes de provincias cercanas, sobre todo de Fez, se han empadronado en Nador para poder vivir de los trapicheos que se generan en torno a la ciudad española, de 12 kilómetros cuadrados y 71.000 habitantes. Ante las puertas de la cafetería revolotea también un puñado de niños y adolescentes andrajosos -el más pequeño aparenta unos diez años- cuyo único objetivo es esconderse en algún camión para colarse en Melilla. ¿De dónde sois? "De Fez", contestan al unísono.
Safia, la licenciada, era, sin embargo, una excepción entre las porteadoras, muchas de ellas mujeres analfabetas repudiadas por sus maridos o, lo que es peor en Marruecos, madres solteras. Era también de las que más peso acarreaba. "Yo no me atrevo con bultos tan grandes", asegura Dunia, que vive con su único hijo en Beni Enzar. "Yo no quiero morir en Barrio Chino", insiste.
"¿Que si se quejaba Safia?" "Pues claro", contesta su compañera. "Es un trabajo muy duro, no sólo por los bultos, sino por las largas esperas a la intemperie ante los tornos, las prisas, los empujones, los bakshish (sobornos) que hay que repartir y los palos que se reciben, aunque desde hace un año pegan menos".
¿Quién da los golpes? Dunia rehúye contestar, pero otra porteadora anónima responde en su lugar: "Los de las fuerzas auxiliares", un cuerpo militarizado de apoyo a la policía. "Y también hay que pagarles a ellos para entrar en Melilla, y a los aduaneros para que te dejen meter la mercancía en Marruecos", añade. ¿Cuánto? "Entre 5 y 10 dírhams (0,45 y 0,90 euros), depende del tamaño del fardo y del contenido". El semanario de Casablanca Al Ayam calculó en 2002 que policías y aduaneros destinados en las fronteras de Ceuta y Melilla se embolsaban al año 90 millones de euros en propinas.
Por cada bulto que introducen en Marruecos, las porteadoras se sacan entre 30 y 60 dírhams (2,7 y 5,4 euros), "aunque si son de los gordos, de los que pesan hasta 100 kilos y que hay que empujar para que rueden, se puede cobrar hasta diez euros", señala la mujer. De ahí que, una vez en Melilla, corran hasta los almacenes, carguen la mercancía, regresen a Marruecos, entreguen el contrabando y se pongan de nuevo en las colas -hombres y mujeres hacen fila por separado- para cruzar la frontera. Cuantos más viajes efectúen al día -nunca logran hacer más de tres-, más dinero ganan.
El espectáculo, ya de por sí tremendo, de hombres y mujeres fatigados transportando o empujando fardos que pesan más que ellos adquiere tintes dantescos cuando algún invidente fortachón se mezcla entre los porteadores ayudado por un joven lazarillo.
Dunia y sus compañeras también tienen quejas de los agentes españoles. "A veces cierran Barrio Chino durante un buen rato y sin venir a cuento", se lamenta. La policía explica que lo hace para evitar aglomeraciones. "Se toman mucho tiempo para comprobar nuestro pasaporte".
"¡Pero si en Barrio Chino parece que entran en el matadero!", se indigna Mustafá Azizi. El hermano de la difunta Safia, y Karima, una hermana residente en Fez, acudieron a Melilla horas después del fallecimiento. Se deshacen en elogios del trato recibido. "Entramos en la ciudad sin visado, nos dieron explicaciones del trágico suceso, organizaron la repatriación del cadáver a Marruecos y se hicieron cargo de todos nuestros gastos", recuerda agradecido. "¡Hasta hubo mujeres que lloraron con nosotros!".
La ciudad autónoma se gastó 3.000 euros en repatriar el cuerpo de Safia y el coche fúnebre fue acompañado, nada más cruzar la frontera, por miles de porteadores. "Es que era una mujer generosa, respetuosa de los demás y muy querida", recuerda entristecida Fátima, de 23 años, natural de Fez, que trabajaba con ella los fines de semana en Melilla. Y como tantas otras marroquíes, Safia era cada día más piadosa. Cubría su cabeza con un hiyab (pañuelo islámico), "hasta el punto de que no se le veía un solo pelo", recalca Dunia.
Mustafá Aberchán, el líder de Coalición por Melilla, la formación musulmana que hace oposición al Partido Popular, pidió incluso que el Ayuntamiento mostrase su "reconocimiento" a las porteadoras indemnizando a la familia de Safia con 60.000 euros, pero su petición fue rechazada porque el accidente se produjo en el área fronteriza que es competencia del Gobierno.
En una explanada, a 200 metros de los tornos, el Ayuntamiento melillense instaló en junio unas carpas para que los porteadores reposaran a la sombra, y cuatro aseos para miles de personas. El temporal que asoló la ciudad en octubre desgarró las lonas y, en vísperas de Nochebuena, los aseos estaban atascados. Del lado marroquí de Barrio Chino no hay ningún servicio.
Las atenciones de las que fue objeto en Melilla le hacen comprender mejor a Mustafá Azizi el anhelo de su difunta hermana: "Residir legalmente en España". "Era soltera, sin hijos y de carácter independiente", recuerda el hermano. "Hablaba algo de español, que empezó a estudiar en el bachillerato; gozaba de buena salud y quería dejar de servir platos en las bodas de Melilla e instalarse en la ciudad o incluso en la Península".
Mustafá Azizi quiso, al final de su estancia, ver el lugar donde murió su hermana y ahí se quedó atónito. "Esos tornos tan estrechos por los que es tan difícil pasar con bultos no son para humanos", comenta. "Lo que me extraña al verlos no es que Safia fuese aplastada, sino que no se produzcan más accidentes mortales", añade el militante de derechos humanos. "Me va a perdonar, señor", concluye dirigiéndose al periodista, "pero le tengo que decir que esos accesos son un poco racistas". "La jaula (...) no está pensada para las personas", recalca la periodista Irene Flores en El Faro de Melilla.
Aunque no todos requieren asistencia hospitalaria, se producen con frecuencia heridos en Barrio Chino y también en el paso de Biutz, entre Ceuta y la localidad marroquí de Findeq, sobre todo en vísperas de las grandes fiestas musulmanas. Los porteadores se empujan entonces más que de costumbre para entrar y salir y, en definitiva, redondear sus ingresos antes de la celebración.
Barrio Chino fue abierto en junio a petición de las autoridades marroquíes, que querían concentrar allí el contrabando para adecentar la frontera internacional de Beni Enzar, una tarea que apenas han empezado. El resultado es que los bultos circulan ahora por ambos pasos y, cuando a primera hora de la tarde cierra Barrio Chino, la mercancía de estraperlo toma Beni Enzar, un paso caótico pero más amplio.
A veces, los aduaneros marroquíes hacen allí la vista gorda y tienden la mano; a veces se vuelven escrupulosos y decenas de contrabandistas corren entre los coches atascados perseguidos por los funcionarios con sus uniformes azul claro, empeñados en incautarles la mercancía. En alguna ocasión, el porteador ha retrocedido para ponerse a salvo del lado español y, siguiendo sus pasos, el aduanero ha cruzado la raya.
"Yo forcejeo con ella donde me da la gana y, además, Melilla es Marruecos", le espetó el funcionario marroquí a la policía española que, el 22 de noviembre, le advirtió de que, en su ardor por perseguir a la porteadora, se encontraba en España. El agente le golpeó con su porra para que diera marcha atrás; el aduanero pidió auxilio a gritos y decenas de jóvenes que merodean del lado marroquí de la frontera cogieron piedras y botellas y las lanzaron sobre los policías nacionales. En las filas españolas hubo dos heridos y otra media docena entre los marroquíes, entre ellos el aduanero, alcanzados por las pelotas de goma disparadas a bocajarro por la Unidad de Intervención Policial.
El incidente fue uno más de cuantos marcan la vida diaria en una de las fronteras más desiguales del mundo. Si Dunia, la porteadora, no tiene muchas quejas del trato de los policías españoles, hay cientos de vecinos de Nador que están deseosos de zurrarles. Por las tardes, asegura Said Chramti, que tiene vetada la entrada en Melilla, "la policía es arbitraria, les exige visado para entrar, les humilla obligándoles a bajarse de los coches y, si se ponen pesados, hasta les pone un sello con la palabra Anulado en el pasaporte cuando no lo rompen". Y en Marruecos, sacarse un pasaporte es caro y latoso. Chramti encabezó en verano los bloqueos del paso fronterizo que, gracias a la complicidad de las autoridades marroquíes, dejaron desabastecida a Melilla.
"Incluso a mí me pidieron visado, hasta que me reconocieron", se indigna Yusef Kaddur, español y presidente de la Asociación de Comerciantes del Polígono, donde están los almacenes que proveen a los porteadores. El delegado del Gobierno, Gregorio Escobar, anunció el pasado julio a la Asociación de Comerciantes de Melilla que acabaría con ese abuso que perjudica al comercio, pero aún hoy en día persiste mientras crecen las ansias por cruzar por la tarde a la ciudad autónoma para trapichear o disfrutar de su oferta de ocio.
domingo, 4 de enero de 2009
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