miércoles, 20 de agosto de 2008

Censura de prensa en China

Más Prozac, Panoramix

El Mundo, David Jiménez, 18 de agosto.- No hay mejor forma de empezar el día en China que leyendo la prensa, sobre todo si se está bajo de moral. Las fotografías presentan estupendas imágenes de esa rareza que es un cielo azul en Pekín, un tal Wu Jiao informa sobre lo mucho que los más desfavorecidos están disfrutando los Juegos y en otra noticia leo que China adquiere el compromiso de seguir respetando la libertad de prensa "como hasta ahora". Qué raro, no veo a los periodistas celebrando el anuncio con licor de arroz y lanzamiento de petardos.


Casi tengo la tentación de pasar el resto del día encerrado en el hotel, no vaya a descubrir un mundo no tan feliz en el que el cielo está cubierto de polución, las redadas del Gobierno expulsan a los desfavorecidos y las patrullas de la policía garantizan la libertad de prensa a garrotazos. Tengo la sospecha de que hasta el horóscopo está censurado en China, porque ayer el 'China Daily' auguraba un día lleno de creatividad a los capricornio y ahí estaba yo, con la mente en blanco y sin conseguir arrancar la columna.

Alguien que siga los periódicos chinos pensará que los líderes de este país se han caído en una marmita llena de una nueva pócima de Panoramix, haciéndose con el secreto de la infalibilidad y quedando exentos de los defectos del resto de los mortales. El infalible entre los infalibles es el presidente Hu Jintao, que el otro día cometió el error de exponerse ante los menos dóciles reporteros extranjeros en una rueda de prensa.

Las preguntas, por supuesto, estaban apalabradas de antemano y cuando Georg Blume, del diario alemán 'Die Zeit', trató de saltarse la pantomima y preguntar sobre los Derechos Humanos, Hu lo ignoró como si tuviera la peste. Lo que no se ajusta a nuestra realidad no existe. No lo cuento para sumarme a las hordas de periodistas extranjeros que dicen sentir sus derechos básicos usurpados por el régimen comunista, entre los que seguro hay un buen puñado que dedica su tiempo a merodear por Tiananmen y hacer burlas a la policía para ver si logra la fama instantánea de una deportación. Con un ojo morado, hasta escriben un libro sobre su experiencia en el gulag.

Porque de lo que se trata aquí no es de calibrar los límites que padecen los 21.000 periodistas que el próximo domingo estarán volviendo a casa y que han escrito lo que les ha dado la gana, salvo incidentes aislados. Tampoco hablamos de los corresponsales extranjeros que trabajan en Pekín, un empleo que a pesar de requerir buenas dosis de paciencia ya no te cuesta un resfriado, como cuando el régimen apagaba en invierno la calefacción a los periodistas molestos.

Lo realmente importante es qué ocurre con los periodistas locales que arriesgan la cárcel si no se pliegan a la censura y deciden hacer su trabajo. Reporteros que como Gao Qinrong llevan años en un campo de trabajos forzados por estropear el mundo feliz de los líderes chinos, en su caso denunciando la corrupción de varios funcionarios comunistas en un proyecto de regadío en la provincia de Shanxi.

"Como periodista tengo que cumplir con mi deber e informar de los abusos que se están cometiendo contra el pueblo", decía el reportero de la agencia oficial 'Xinhua' mientras se lo llevaban esposado, hace ya tres largos años. Su frase hacía referencia a la petición del Gobierno, unos meses antes, para que los reporteros denunciaran los casos de corrupción en el Partido. Ups, no hablábamos en serio.

La dictadura china utiliza los periódicos como el prozac, administrando la dosis de propaganda necesaria a la nación según el estado de ánimo general y las necesidades para mantener la ilusión de que nada puede ir mal mientras sus líderes estén al frente, defendiendo la aldea de los romanos gracias a la pócima de Panoramix. Pero he aquí que incluso el Gobierno se ha dado cuenta de que el sistema ha empezado a agrietarse.

Seis décadas de manipulación en la prensa y la aparición de Internet han enseñado a un buen número de chinos a recibir la información que reciben con el escepticismo con el que se lee el horóscopo, incluso cuando no está censurado.

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