La CIA. Historia de un fracaso
GUILLERMO ALTARES El País, 28/09/2008
Desde los años de la guerra fría hasta el 11-S e Irak, sus errores han sido antológicos. La Agencia Central de Inteligencia, los servicios de espionaje estadounidenses, han fallado en su principal objetivo: defender a su país. Periodistas, antiguos agentes de la Compañía y novelistas describen una organización que nunca fue tan poderosa.
El mejor amigo de James J. Angleton, el responsable de las operaciones encubiertas de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos, el tipo encargado de detectar a los agentes dobles, fue durante décadas Kim Philby, espía soviético y el topo más famoso de todos los tiempos. El 20 de septiembre de 1949, la CIA, con unos despachos que todavía olían a nuevo, informaba a Truman de que la URSS tardaría al menos cuatro años en hacerse con armamento nuclear. Tres días más tarde, el presidente anunciaba al mundo que Stalin tenía la bomba. El 30 de octubre de 1950, la CIA transmitía a la Casa Blanca que era "inverosímil" que China entrase en la guerra de Corea. Dos días más tarde, 300.000 soldados chinos cruzaron la frontera y casi echan a los estadounidenses al mar. En noviembre de 1956, el entonces director de la CIA, Allen Dulles, informaba al presidente Eisenhower de que "el 80% del ejército húngaro se había pasado a los rebeldes" que encabezaban la primera revuelta contra el poder soviético en Europa oriental. Los tanques de la URSS demostraron en pocos días hasta qué punto estaba equivocado: 2.500 húngaros murieron en la represión, 200.000 abandonaron el país, y se instaló en Budapest una dictadura de corte estalinista. Bahía Cochinos y todos los intentos para acabar con Fidel Castro, la invasión soviética de Checoslovaquia, la revolución iraní de Jomeini o el auge del terrorismo islámico tras la guerra de Afganistán, la caída del muro y la desaparición de la URSS; por no hablar del mayor fallo de todos, el 11-S, ni de las inexistentes armas de destrucción masiva de Sadam Husein...
Esa interminable serie de fracasos es lo que el premio Pulitzer Tim Weiner llama Legado de cenizas, el título de su historia del espionaje estadounidense, que la editorial Debate publica la próxima semana en castellano y que la prensa internacional ha saludado como el mejor libro sobre la Compañía. "La mala información destruye naciones", explica Weimer, reportero experto en espionaje de The New York Times, en conversación telefónica desde su casa de Manhattan. "¿Por qué los troyanos aceptaron el caballo de los griegos? Por falta de información. La buena inteligencia salva vidas, la mala inteligencia mata a la gente. ¿Qué hacemos en Irak? Llevamos más tiempo en ese conflicto que lo que estuvimos en la II Guerra Mundial. ¿Usted cree que si la CIA hubiese dicho: 'Sadam no tiene armas de destrucción masiva, las eliminó en los noventa', Estados Unidos hubiese ido a la guerra? Lo dudo". Y este veterano periodista, que lleva años informando desde frentes de la guerra contra el terrorismo como Afganistán o Pakistán, prosigue: "El espionaje es amoral y no se puede juzgar desde criterios morales. Es la segunda profesión más antigua del mundo. Todo el mundo espía a todo el mundo, enemigos, amigos, aliados... Es lo que hacen todos los Gobiernos, y es ingenuo escandalizarse porque es algo que necesitamos. Sin una buena inteligencia no existe la defensa ni la política exterior".
Como señalaba The Economist, "muchos libros se han empeñado en mostrar lo mal que se comporta la Agencia Central de Inteligencia. En este apasionante y persuasivo ensayo, Tim Weiner demuestra lo mal que hace su trabajo". A lo largo de años, este veterano periodista, que recibió el Premio Pulitzer en 1988 cuando escribía para The Philadelphia Inquirer y que desde hace dos décadas es el corresponsal para asuntos de seguridad nacional de The New York Times, ha recopilado una cantidad insólita de información inédita a través de documentos desclasificados o de entrevistas con cientos de agentes de la organización. El resultado es apabullante y también desolador. No sólo por las acciones encubiertas en los cinco continentes, que han costado la vida a miles de personas, sino porque, según este autor, la agencia no ha llegado a cumplir su principal objetivo: defender a EE UU. La frase con la que empieza su libro lo dice todo: "En el presente volumen se describe cómo el país más poderoso en toda la historia de la civilización occidental ha sido incapaz de crear un servicio de espionaje de primera línea, un fracaso que actualmente representa un peligro para la seguridad nacional de Estados Unidos".
El título del libro de Weiner, que recibió el National Book Award en EE UU, recoge una frase de Eisenhower, que le espetó a Dulles al final de su mandato: "La estructura de nuestros servicios de información no funciona. Nada ha cambiado desde Pearl Harbour. He sufrido una derrota de ocho años en esto. Dejaré un legado de cenizas a mi sucesor".
Sin embargo, sin este "legado de cenizas" no se puede entender el siglo XX; seguramente, tampoco el siglo XXI. La Compañía también ha dejado una profunda huella cultural, y no sólo con los grandes clásicos del espionaje, como John Le Carré o Graham Greene, sino a través de muchísimos autores, desde El inocente, de Ian McEwan, que transcurre en el Berlín de la guerra fría con otro de los fracasos de la CIA como telón de fondo (un gigantesco túnel excavado bajo el este para tratar de interceptar las comunicaciones soviéticas), hasta la monumental El fantasma de Harlot (Anagrama), una saga sobre la agencia de la que Norman Mailer sólo escribió el primer tomo y en la que el genial narrador concentró todo su conocimiento del siglo XX. Películas como Los tres días del Cóndor; las de la serie Bourne, sobre un asesino de la agencia cazado por sus antiguos jefes y a su vez convertido en cazador; El buen pastor, el filme dirigido por Robert de Niro en el que retrata los primeros años de la Compañía, o el último título de los hermanos Coen, Quemar después de leer, una comedia sobre las memorias de un agente, también han mantenido vivo el mito del espionaje.
La otra gran novela sobre la CIA, La Compañía, de Robert Littell, que supera los 1.000 folios, está a punto de publicarse en castellano después de un lustro de espera: saldrá a principios de 2009 editada por Alea. Robert Littell es uno de los más inteligentes autores de novelas de espionaje del panorama anglosajón. Sobre Legends, su último relato de espionaje, escribió John Updike en The New Yorker que reflejaba con maestría el mundo ruso postsoviético. "La CIA hizo algunas cosas bien y algunas realmente mal: nunca fue capaz de prever la bomba nuclear india, la caída de la URSS o que un grupo de terroristas iba a secuestrar aviones y estrellarlos contra las Torres Gemelas y el Pentágono", explica Robert Littell en una entrevista por correo electrónico. "Tras la caída de la URSS, la CIA perdió su principal enemigo y, en cierta medida, su razón de ser. La moral se hundió y se cerraron estaciones en todo el mundo. El número de expertos dentro de la CIA en terrorismo islámico y el número de lingüistas capaces de leer el Corán en árabe podía contarse con los dedos de una mano antes del 11-S".
"Sí, ha sido un gran fracaso", corrobora Robert Baer, ex miembro de la CIA, veterano de mil batallas, experto en Oriente Próximo y el agente en el que se inspira el personaje de George Clooney en Syriana, la película de Stephen Gaghan que también se sumerge en la fontanería de la agencia, concretamente en sus operaciones en Oriente Próximo. "Basta con mirar la información que se utilizó para justificar la invasión de Irak: nunca debió convertirse en un informe, era un panfleto para que la Casa Blanca pudiese vender su guerra", prosigue Baer. Su volumen de memorias, Soldado de la CIA (Crítica), es un gran libro de aventuras, quizá demasiado acrítico con los agentes de la Compañía; pero también representa un apasionante reflejo del mundo del espionaje en los años anteriores al 11-S.
Entre las muchas historias que cuenta Baer está que, tras la guerra de los Seis Días, a un analista de la CIA se le ocurrió capturar un avión soviético, llenarlo de cerdos y soltarlos en La Meca, la ciudad más sagrada del Islam, para arruinar las relaciones de la URSS con el mundo árabe. En su novela, que mezcla la realidad y la ficción, Robert Littell también recupera otra historia de la guerra fría que no tiene desperdicio: a alguien en la Compañía se le ocurrió la feliz idea de bombardear varias ciudades soviéticas con preservativos descomunales, pero en los que pusiese la letra M (de tamaño medio) para deprimir a las amantes esposas comunistas con las comparaciones. Afortunadamente no cuajaron. Pero la guerra fría era así: un combate silencioso y peligrosísimo en todos los frentes, incluso en el del surrealismo.
Preguntado sobre cómo es posible que, con unos servicios de información tan desastrosos, EE UU pudiese ganar la guerra fría, Weiner responde: "Los soviéticos la perdieron. El sistema soviético era terrible desde el punto de vista social y económico. El Estado soviético se suicidó".
La CIA fue creada por el presidente Harry S. Truman en 1947, como heredera de los servicios de inteligencia que EE UU puso en marcha durante la II Guerra Mundial, la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS en sus siglas en inglés). El principal objetivo era prevenir otro Pearl Harbour: evitar un ataque sorpresa como el que, el 7 de diciembre de 1941, permitió a Japón destruir una parte importante de la flota estadounidense en el Pacífico. Aunque, como rápidamente apunta Weiner, "el 11-S fue un segundo Pearl Harbour; esperemos que no haya un tercero". Sin embargo, desde el momento mismo de su creación, otros vieron algo más que una red para conseguir buena información sobre enemigos y amigos. Uno de los congresistas que votaron el acta inaugural de la CIA, el futuro presidente Richard Nixon, que tuvo que dimitir por su afición a escuchar a los demás, afirmó entusiasmado ante la nueva criatura del Leviatán: "Es legal, es secreto". Un documento del Consejo de Seguridad Nacional desclasificado en 2003 revelaba los principales objetivos de la CIA: "Pagar sobornos; abrir frentes anticomunistas; subvencionar movimientos guerrilleros, ejércitos clandestinos, sabotajes, asesinatos...".
Las operaciones secretas fueron innumerables: unas veces, los presidentes de Estados Unidos estuvieron al tanto; en otras ocasiones, los grandes jerifaltes de la CIA ocultaron información esencial y sólo mostraron una pequeña parte del cuadro global a sus superiores. Algunas han sido reflejadas en decenas de libros y películas, como la de bahía Cochinos, o el golpe de Estado que llevó al poder a Pinochet en Chile, o el que permitió recuperar el trono a Mohammad Reza Pahlevi, el último sha de Persia; otras, en cambio, han logrado permanecer fuera de los radares de la memoria colectiva durante décadas, como los bombardeos contra Indonesia en 1958 para apoyar una guerrilla contra Sukarno. El resultado fue un completo desastre, tanto por el coste en vidas como porque no consiguieron su principal objetivo, ni siquiera lo rozaron. Aunque no todos estaban de acuerdo. Al Pope, uno de los agentes que participaron en la operación, y que se salvó de milagro de ser ejecutado tras haber sido capturado por el ejército indonesio, afirmó: "Dijeron que Indonesia fue un fracaso. Pero les dimos bien de hostias. Matamos a cientos de comunistas, aunque seguramente la mitad de ellos ni siquiera sabían lo que significaba el comunismo".
"Las operaciones encubiertas de la CIA -tratar de cambiar el mundo en secreto- han solapado su misión más importante: tratar de conocer el mundo y sus secretos", explica Tim Weiner. "La agencia nunca fue la fuerza omnipresente que muchos imaginaron que era. Nunca tuvo una edad de oro, y su historia está llena de pequeños éxitos y fracasos de largo alcance. Es verdad que sus éxitos fueron importantes: por ejemplo, tratar de convencer a los presidentes Johnson y Nixon de que la guerra de Vietnam era un conflicto político que no se podía ganar por medios militares. Los triunfos de la agencia han salvado algunas vidas americanas, pero sus fracasos se han demostrado fatales. Primero, para los cientos de agentes de la CIA, para los miles de soldados y espías extranjeros, en cierta medida para las 3.000 personas que murieron el 11-S y para los cerca de 5.000 militares que han muerto en Irak y Afganistán. El crimen de consecuencias más duraderas ha sido la incapacidad de la CIA para llevar a cabo su misión más importante: informar al presidente de lo que ocurre en el mundo".
Una de las operaciones encubiertas más famosas fue la de bahía Cochinos, la frustrada invasión de Cuba, uno de los momentos cumbres de la guerra fría. La historia es conocida: el 12 de abril de 1961 unos 1.200 cubanos y estadounidenses, entrenados por la CIA, desembarcaron en una bahía pantanosa para acabar con la revolución castrista. En apenas tres días fueron borrados del mapa. No hubo supervivientes. El presidente en aquellos momentos era uno de los grandes mitos de la política mundial, y su papel en la invasión es todavía controvertido. ¿Qué sabía John Fitzgerald Kennedy (JFK) de lo que se preparaba? ¿Hasta qué punto estaba informado de que era imposible que el puñado de tipos mal entrenados por la CIA acabase con Castro? La imagen de Camelot -el nombre con el que se conocía a la Administración de Kennedy por su aura casi mágica- que aparece tanto en el libro de Weiner como en el de Littell está muy lejos del mito de la Casa Blanca que cambió para siempre un país y el mundo. Ambos describen una cara oculta; una enorme obsesión de los hermanos por el secretismo, el control del espionaje y las operaciones encubiertas. Quizá si JFK no hubiese sido asesinado en Dallas el 22 de noviembre de 1963 y Robert F. Kennedy en Los Ángeles el 6 de junio de 1968, el rostro menos amable de los hermanos sería mucho más conocido.
"Fue un terrible error de cálculo, en el que JFK tuvo una gran responsabilidad", explica Robert Littell sobre la Operación Bahía Cochinos. "El plan de invadir Cuba con un grupo guerrillero apoyado por Estados Unidos fue trazado por el general Eisenhower y fue heredado por Kennedy. Cuando se lo contaron por primera vez no tenía ni la experiencia ni la seguridad en sí mismo para anular una invasión ideada por el gran héroe de la II Guerra Mundial. Defendió que el plan original era demasiado ruidoso y lo cambió por un ataque en una zona pantanosa llamada bahía Cochinos. Pero, incluso sobre el papel, la idea de que un grupo de guerrilleros podía invadir Cuba y derrotar al ejército de Castro era totalmente absurda", prosigue Littell.
Tim Weiner es todavía más duro: "Los Kennedy pensaban que la política exterior funcionaba como los enfrentamientos a puñetazos en las habitaciones inundadas de humo del Partido Demócrata: retorciendo brazos, haciendo pactos y tomando decisiones a sangre fría. Utilizaron la CIA como una especie de policía. Y los resultados no fueron buenos". En Legado de cenizas, basándose en documentos desclasificados, Weiner revela que "mucho antes de que Nixon crease su unidad de fontaneros con veteranos de la CIA, Kennedy utilizó la agencia para espiar a los estadounidenses". La afición de los Kennedy hacia las operaciones encubiertas se tradujo en cifras: Eisenhower ordenó 170 en ocho años de mandato, los Kennedy ordenaron 163 en apenas tres.
¿Y el presente? Tras el 11-S, dentro de la guerra contra el terrorismo de la Administración de Bush, la CIA recuperó su licencia para matar o, en palabras de un veterano de la organización, "se quitó los guantes". Eso se ha convertido en los vuelos secretos, en la tortura de sospechosos, en los secuestros de ciudadanos en terceros países y, en general, en uno de los mayores escándalos en los que se ha visto envuelta la agencia en toda su existencia. No es que la implicación de la CIA en malos tratos sea algo nuevo, como demuestra Gordon Thomas en su último libro, Las armas secretas de la CIA, que acaba de publicar Ediciones B, pero nunca había alcanzado esta escala.
La incapacidad para prever el 11-S demostró que EE UU carecía de fuentes y de información fiable en el núcleo duro del terrorismo islámico y de Al Qaeda. Un antiguo miembro de la división para Oriente Próximo dijo: "La CIA probablemente no tiene ni un solo agente que pueda hacerse pasar por un musulmán fundamentalista y que esté dispuesto a pasar varios años de su vida con comida de mierda y sin mujeres en las montañas de Afganistán. Por Dios, si la mayoría vive en Virginia". Un oficial, todavía en activo, afirmó: "Las operaciones que incluyen la diarrea como forma de vida no existen". Siete años después, la situación no parece haber mejorado, y, de hecho, Osama Bin Laden seguía en libertad en el séptimo aniversario del 11-S.
"Rusia, China e incluso Irán son nuevas superpotencias, que cada día son más poderosas. Y no sólo eso: la CIA no sabe casi nada sobre los talibanes o incluso sobre los narcóticos que fluyen desde Afganistán", afirma el veterano Robert Baer, que se muestra tajante sobre la tortura: "No vale para nada, sólo sirve para destruir las leyes internacionales".
"Bush y Cheney han debilitado a la CIA y a Estados Unidos", señala Robert Littell. "Y se tardarán muchos años antes de que una nueva Administración sea capaz de deshacer el daño que han infligido". El legado de cenizas sigue vivo.
Legado de cenizas. La historia secreta de la CIA+ (Barcelona, Debate, 2008) de Tim Weiner sale a la venta el 3 de octubre.
domingo, 28 de septiembre de 2008
Por qué se mata un escritor
¿Por qué se mata un escritor?
HÉCTOR ABAD FACIOLINCE El País, 28/09/2008
La última promesa de la literatura americana, David Foster Wallace, se quitó la vida hace un par de semanas. A partir de este caso, el escritor colombiano analiza qué ha significado el suicidio para muchas otras figuras de las letras.
Se dice, con más razón que sorna, que el único riesgo profesional de los poetas es el suicidio. No sé si hay estadísticas, pero tengo la impresión de que los escritores se suicidan más, proporcionalmente, que los mortales de otras profesiones. Si hago un rápido censo mental, muchos nombres se me vienen a la mente desde la antigüedad hasta hoy, mujeres y hombres: Safo, Lucrecio, Séneca, Silva, Larra, Woolf, Salgari, Trakl, Lugones, Mishima, Pizarnik, Hemingway, Plath, Márai... Y el pasado 12 de septiembre, la gran promesa de la narrativa estadounidense, David Foster Wallace, a quien hallaron ahorcado en su casa; un novelista de 46 años que ya en otras ocasiones había pedido que le protegieran de su propia pulsión de quitarse la vida.
Primo Levi le dedica el sexto capítulo de Los hundidos y los salvados al suicidio de Jean Améry. Dice Levi que "su suicidio, como todos, admite una nebulosa de explicaciones". Esa misma nebulosa se ha empleado después para tratar de explicar el suicidio del mismo Levi, llevado a cabo -al parecer- más para evadir la enfermedad que para huir de las pesadillas memoriosas de Auschwitz. Ocurrió en 1987, aunque con la ambigüedad que muchos suicidas prefieren, de modo que las familias puedan aferrarse a la duda de un accidente: se precipitó por el hueco de las escaleras del edificio donde vivía, en el barrio de La Crocetta, en Turín, sin dejar carta de despedida.
Por estos días se celebró el centenario del nacimiento de Cesare Pavese, otro homicida de sí mismo, en la misma ciudad del norte de Italia. Esto me llevó a releer páginas de su diario. Ahí, al final, y poco antes de que se matara, dejó escrito: "Los suicidas son homicidas tímidos. Masoquismo en vez de sadismo". Maupassant, que se murió por enfermedad un año después de intentar suicidarse, lo definió de un modo casi inverso: "El suicidio es el sublime valor de los vencidos". La última entrada de Pavese, el 18 de agosto, me ha dado siempre escalofríos: "Sin palabras. Un gesto. No volveré a escribir".
Pavese murió en la soledad de un cuarto de hotel, pero hay escritores a los que no les gusta suicidarse solos. Heinrich von Kleist cambió varias veces de novia hasta que al fin una, Henrriette Vogel, aceptó quitarse la vida con él, a orillas del lago Wannsee, cerca de Berlín. El lugar es hoy un sitio de peregrinación. Se trata de un rincón apacible, bucólico, como si los románticos escogieran con gusto incluso el sitio de su muerte. Otros suicidas en compañía fueron Arthur Koestler y Stefan Zweig. El primero se fue del mundo en un pacto con su tercera esposa, Cynthia Jefferies. También Zweig lo hizo con su mujer, Lotte Altmann, en Petrópolis (Brasil), donde se había refugiado de las persecuciones a los judíos durante la II Guerra Mundial. El suicidio de Koestler, otro judío perseguido por los nazis, obedeció más a sus convicciones a favor de la eutanasia: estaba enfermo de párkinson y leucemia.
Albert Camus, que murió en un accidente sin ningún viso de suicidio, dejó escrito lo siguiente al principio de El mito de Sísifo: "No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no la pena de que se la viva es responder a la pregunta fundamental de la filosofía".
Algunos escritores, más que cartas, dejan libros completos sobre su ánimo. Henri Roorda terminó Mi suicidio poco antes de matarse. Allí dejó escrito: "Amo enormemente la vida. Pero para gozar el espectáculo hay que ocupar una buena butaca, y en la tierra la mayoría de las butacas son malas". Antes de matarse, Jean Améry escribió un libro extraordinario sobre el suicidio (Levantar la mano sobre uno mismo) donde explica que la primera lógica de la que escapa el suicida es la del axioma vitalista "la vida es el bien supremo". Si esto se niega -"la vida no es el bien supremo"-, o si en determinadas circunstancias la vida es lo contrario, un gran peso y un gran mal, se entenderá mejor el salto que dan, que deben dar, los suicidas. Su mundo no es nuestro mundo. Así lo dijo Wittgenstein en uno de sus aforismos: "El mundo de quien es feliz es otro distinto al mundo del que es infeliz". El suicida, al darse una muerte libre, voluntaria, quiere hacer cesar ese mundo para él infeliz.
Por no entender este pensamiento elemental (que a veces la vida no es buena), los Estados y las religiones han perseguido durante mucho tiempo el suicidio, calificándolo de delito y de pecado. En algunos países, incluso, se llega al absurdo de castigarlo con la pena de muerte. Toman el cuerpo exánime del suicida, lo cuelgan y lo exponen al escarnio público, para que aprendan.
De alguna manera, la Iglesia, al prohibir que los suicidas fueran "enterrados en sagrado", castigaba con la pena del destierro (del cementerio) a los suicidas, considerados como "discípulos de Judas". Su posición, por suerte, se ha vuelto más compasiva.
Hay quienes se matan tranquilos, planeándolo; otros, en un arranque de autodestrucción. Unos, sobrios; otros, drogados. El poeta Juan Manuel Roca desaconseja que nos matemos borrachos: "Es el problema del alcohol; alguien puede suicidarse y al día siguiente no acordarse de nada". Es un chiste, pero podría no serlo. Un gran experto inglés en suicidios literarios, A. Álvarez, intentó suicidarse, borracho, una noche de Navidad. Se despertó tres días después sin acordarse de nada, pero con la sensación de que ya sería para siempre un suicida frustrado. También él escribió un estudio estupendo, El dios salvaje.
Creo que la raza de los escritores suicidas, pero indecisos, se ha inventado otro tipo de estrategia para no matarse, y para ni siquiera intentarlo. Me refiero a los escritores que, en vez de dar el salto, trasladan el propio suicidio a sus personajes. Así hizo Shakespeare con Ofelia, Romeo y Julieta; Goethe, con el joven Werther; Tolstói, con Anna, y Schnitzler, con el subteniente Gustl. Es raro, pero si uno suicida a alguien en un libro, se experimenta una muerte que de alguna manera sacia la ansiedad por la propia muerte. Lo sé por experiencia propia.
Otros, en cambio, se despiden con ira. Me gusta la furia final de Chatterton: "Adiós, Bristol, inmunda ciudad de ladrillos. / Amantes de la riqueza, adoradores del engaño". Piensa uno en los ladrillos de nuestras ciudades, y lo entiende. Supongo que si el cuerpo no tiene el buen gusto de morirse a tiempo, uno tiene el deber de matarse. Pero mientras llega ese instante de lucidez en las tinieblas habrá que seguir viviendo, aunque tal vez con el mismo sentimiento de culpa que escribió una vez Thomas Bernhard: "Nada he admirado más durante toda mi vida que a los suicidas. Me aventajan en todo. Yo no valgo nada y me agarro a la vida, aunque sea tan horrible y mediocre, tan repulsiva y vil, tan mezquina y abyecta. En lugar de matarme, acepto toda clase de compromisos repugnantes, hago causa común con todos y cada uno, y me refugio en la falta de carácter como en una piel nauseabunda pero cálida, ¡en una supervivencia lastimosa! Me desprecio por seguir viviendo".
HÉCTOR ABAD FACIOLINCE El País, 28/09/2008
La última promesa de la literatura americana, David Foster Wallace, se quitó la vida hace un par de semanas. A partir de este caso, el escritor colombiano analiza qué ha significado el suicidio para muchas otras figuras de las letras.
Se dice, con más razón que sorna, que el único riesgo profesional de los poetas es el suicidio. No sé si hay estadísticas, pero tengo la impresión de que los escritores se suicidan más, proporcionalmente, que los mortales de otras profesiones. Si hago un rápido censo mental, muchos nombres se me vienen a la mente desde la antigüedad hasta hoy, mujeres y hombres: Safo, Lucrecio, Séneca, Silva, Larra, Woolf, Salgari, Trakl, Lugones, Mishima, Pizarnik, Hemingway, Plath, Márai... Y el pasado 12 de septiembre, la gran promesa de la narrativa estadounidense, David Foster Wallace, a quien hallaron ahorcado en su casa; un novelista de 46 años que ya en otras ocasiones había pedido que le protegieran de su propia pulsión de quitarse la vida.
Primo Levi le dedica el sexto capítulo de Los hundidos y los salvados al suicidio de Jean Améry. Dice Levi que "su suicidio, como todos, admite una nebulosa de explicaciones". Esa misma nebulosa se ha empleado después para tratar de explicar el suicidio del mismo Levi, llevado a cabo -al parecer- más para evadir la enfermedad que para huir de las pesadillas memoriosas de Auschwitz. Ocurrió en 1987, aunque con la ambigüedad que muchos suicidas prefieren, de modo que las familias puedan aferrarse a la duda de un accidente: se precipitó por el hueco de las escaleras del edificio donde vivía, en el barrio de La Crocetta, en Turín, sin dejar carta de despedida.
Por estos días se celebró el centenario del nacimiento de Cesare Pavese, otro homicida de sí mismo, en la misma ciudad del norte de Italia. Esto me llevó a releer páginas de su diario. Ahí, al final, y poco antes de que se matara, dejó escrito: "Los suicidas son homicidas tímidos. Masoquismo en vez de sadismo". Maupassant, que se murió por enfermedad un año después de intentar suicidarse, lo definió de un modo casi inverso: "El suicidio es el sublime valor de los vencidos". La última entrada de Pavese, el 18 de agosto, me ha dado siempre escalofríos: "Sin palabras. Un gesto. No volveré a escribir".
Pavese murió en la soledad de un cuarto de hotel, pero hay escritores a los que no les gusta suicidarse solos. Heinrich von Kleist cambió varias veces de novia hasta que al fin una, Henrriette Vogel, aceptó quitarse la vida con él, a orillas del lago Wannsee, cerca de Berlín. El lugar es hoy un sitio de peregrinación. Se trata de un rincón apacible, bucólico, como si los románticos escogieran con gusto incluso el sitio de su muerte. Otros suicidas en compañía fueron Arthur Koestler y Stefan Zweig. El primero se fue del mundo en un pacto con su tercera esposa, Cynthia Jefferies. También Zweig lo hizo con su mujer, Lotte Altmann, en Petrópolis (Brasil), donde se había refugiado de las persecuciones a los judíos durante la II Guerra Mundial. El suicidio de Koestler, otro judío perseguido por los nazis, obedeció más a sus convicciones a favor de la eutanasia: estaba enfermo de párkinson y leucemia.
Albert Camus, que murió en un accidente sin ningún viso de suicidio, dejó escrito lo siguiente al principio de El mito de Sísifo: "No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no la pena de que se la viva es responder a la pregunta fundamental de la filosofía".
Algunos escritores, más que cartas, dejan libros completos sobre su ánimo. Henri Roorda terminó Mi suicidio poco antes de matarse. Allí dejó escrito: "Amo enormemente la vida. Pero para gozar el espectáculo hay que ocupar una buena butaca, y en la tierra la mayoría de las butacas son malas". Antes de matarse, Jean Améry escribió un libro extraordinario sobre el suicidio (Levantar la mano sobre uno mismo) donde explica que la primera lógica de la que escapa el suicida es la del axioma vitalista "la vida es el bien supremo". Si esto se niega -"la vida no es el bien supremo"-, o si en determinadas circunstancias la vida es lo contrario, un gran peso y un gran mal, se entenderá mejor el salto que dan, que deben dar, los suicidas. Su mundo no es nuestro mundo. Así lo dijo Wittgenstein en uno de sus aforismos: "El mundo de quien es feliz es otro distinto al mundo del que es infeliz". El suicida, al darse una muerte libre, voluntaria, quiere hacer cesar ese mundo para él infeliz.
Por no entender este pensamiento elemental (que a veces la vida no es buena), los Estados y las religiones han perseguido durante mucho tiempo el suicidio, calificándolo de delito y de pecado. En algunos países, incluso, se llega al absurdo de castigarlo con la pena de muerte. Toman el cuerpo exánime del suicida, lo cuelgan y lo exponen al escarnio público, para que aprendan.
De alguna manera, la Iglesia, al prohibir que los suicidas fueran "enterrados en sagrado", castigaba con la pena del destierro (del cementerio) a los suicidas, considerados como "discípulos de Judas". Su posición, por suerte, se ha vuelto más compasiva.
Hay quienes se matan tranquilos, planeándolo; otros, en un arranque de autodestrucción. Unos, sobrios; otros, drogados. El poeta Juan Manuel Roca desaconseja que nos matemos borrachos: "Es el problema del alcohol; alguien puede suicidarse y al día siguiente no acordarse de nada". Es un chiste, pero podría no serlo. Un gran experto inglés en suicidios literarios, A. Álvarez, intentó suicidarse, borracho, una noche de Navidad. Se despertó tres días después sin acordarse de nada, pero con la sensación de que ya sería para siempre un suicida frustrado. También él escribió un estudio estupendo, El dios salvaje.
Creo que la raza de los escritores suicidas, pero indecisos, se ha inventado otro tipo de estrategia para no matarse, y para ni siquiera intentarlo. Me refiero a los escritores que, en vez de dar el salto, trasladan el propio suicidio a sus personajes. Así hizo Shakespeare con Ofelia, Romeo y Julieta; Goethe, con el joven Werther; Tolstói, con Anna, y Schnitzler, con el subteniente Gustl. Es raro, pero si uno suicida a alguien en un libro, se experimenta una muerte que de alguna manera sacia la ansiedad por la propia muerte. Lo sé por experiencia propia.
Otros, en cambio, se despiden con ira. Me gusta la furia final de Chatterton: "Adiós, Bristol, inmunda ciudad de ladrillos. / Amantes de la riqueza, adoradores del engaño". Piensa uno en los ladrillos de nuestras ciudades, y lo entiende. Supongo que si el cuerpo no tiene el buen gusto de morirse a tiempo, uno tiene el deber de matarse. Pero mientras llega ese instante de lucidez en las tinieblas habrá que seguir viviendo, aunque tal vez con el mismo sentimiento de culpa que escribió una vez Thomas Bernhard: "Nada he admirado más durante toda mi vida que a los suicidas. Me aventajan en todo. Yo no valgo nada y me agarro a la vida, aunque sea tan horrible y mediocre, tan repulsiva y vil, tan mezquina y abyecta. En lugar de matarme, acepto toda clase de compromisos repugnantes, hago causa común con todos y cada uno, y me refugio en la falta de carácter como en una piel nauseabunda pero cálida, ¡en una supervivencia lastimosa! Me desprecio por seguir viviendo".
Un agente franquista
El cazador de rojos
Pedro Urraca dirigió en Francia una red de agentes para perseguir a líderes republicanos huidos tras la Guerra Civil. Él fue quien detuvo y trasladó a Lluís Companys a España, donde fue fusilado. Su hoja de servicios será inaccesible para los historiadores hasta el año 2021
LUIS GÓMEZ El País, 28/09/2008
No fue un simple policía de la represión franquista. El agente Pedro Urraca Rendueles convirtió en una pesadilla el exilio de destacados dirigentes republicanos huidos a Francia después de la Guerra Civil. Con ayuda de la Gestapo, los hostigó, persiguió y terminó apresando. No se detuvo hasta detener al presidente de la Generalitat, Lluís Companys, y conducirlo a España para que fuera ejecutado tras un sumario consejo de guerra. La pista del agente Urraca se pierde a su regreso a España. Su historial posterior es un misterio que tardará al menos 13 años más en resolverse. Su hoja de servicios será inaccesible hasta el año 2021.
En París se apropió del piso de su vecina, una mujer de origen judío que había escapado de las garras de la Gestapo
Su identidad tardó en ser conocida por aquellos historiadores que empezaron a investigar en las alcantarillas del franquismo. Nadie le molestó. Nadie llamó a su puerta. Nadie pudo interrogarle por su actuación en Francia tras la Guerra Civil. Un historiador llegó a localizar un teléfono a su nombre en una guía telefónica de Madrid en los años noventa, pero no llegó a marcar ese número. Ni siquiera en el archivo del Ministerio del Interior consta la fecha de su presunto fallecimiento (de seguir vivo tendría 104 años), un dato que no es anecdótico: la ley impide acceder a su historial hasta pasados 25 años de su muerte.
El historial policial de Urraca es todavía secreto. ¿Tiene algún sentido que la actuación de este personaje y de los policías a los que dirigió esté vetada al escrutinio de los historiadores? Es un ejemplo más de la memoria imperfecta de España. Este periódico intentó el acceso a su ficha personal, pero en aplicación de la ley, su expediente no será accesible hasta octubre de 2021, dado que el último documento (un reconocimiento de trienios) data de 1971 y han de pasar 50 años o 25 desde su muerte. Se jubiló en 1969. No consta fecha de su fallecimiento. Los datos más elocuentes sobre sus actividades están en los archivos franceses, entre ellos su condena a muerte en 1948 por el Gobierno democrático acusado de colaboración con los nazis y persecución de exiliados españoles. Urraca pudo sortear esa condena. Desde los años cincuenta ha sido un funcionario especialmente escurridizo.
¿De qué fue responsable? Pedro Urraca fue el personaje central de una red de policías que el régimen de Franco distribuyó por Francia tras la guerra para perseguir, y en algunos casos detener, a las principales autoridades de la República Española en el exilio. No fue una actividad secreta, sino una operación de represión en territorio extranjero en colaboración con la Gestapo y el régimen de Vichy. Existe documentación sobre el envío de agentes policiales, en diciembre de 1941, con destino a Marsella, Perpiñán y Toulouse para investigar y perseguir a "los jefes rojos". Paralela a esta operación policial fue la actividad de la Comisión de Recuperación de Bienes Españoles en el Extranjero, dirigida por el coronel Barroso, agregado militar en París. Esta red no se limitó a vigilar y perseguir a republicanos: se incautó de dinero, joyas y documentos en los domicilios donde residían los exiliados.
No hace mucho tiempo que se pudo verificar que fue Pedro Urraca el autor, el 13 de agosto de 1940, de la detención de Lluís Companys, presidente de la Generalitat durante la guerra. Fue también quien primero le interrogó en París y quien finalmente ejecutó su entrega en Irún a las autoridades españolas, que lo fusilaron semanas después (15 de octubre). El caso de Companys fue similar al de Julián Zugazagoitia (ministro de la Gobernación con Negrín, detenido en París, entregado y fusilado en Madrid). Detuvo e interrogó a decenas de personalidades relevantes de la República, como Manuel Portela Valladares (ex presidente del Consejo de Ministros), Josep Tarradellas, Juan Morata (subsecretario de Gobernación) o Mariano Ansó (ministro de Justicia). La lista de perseguidos es muy extensa.
También vigiló de cerca las actividades del presidente Manuel Azaña, a quien no pudo detener por las presiones que ejerció en aquel momento el Gobierno mexicano. Pero Azaña estuvo entre sus objetivos: le vigiló hasta el mismo día de su muerte (de hecho, fue quien informó a Madrid de su fallecimiento y entierro en Montauban, en una nota que se guarda en el Ministerio de Asuntos Exteriores). La red que dirigió este policía despojó de sus bienes y de documentos a muchos refugiados y trató de impedir que algunos de ellos pudieran embarcar a México (entre ellos, la viuda de Azaña).
Su nombre comenzó a salir a la luz en algunas memorias de refugiados españoles en Francia. Se trataba de referencias aisladas, carentes de apoyo documental. Posteriores investigaciones (las más importantes arrancan del año 2000) fueron colocando en su lugar a este personaje y documentando su actividad. Pedro Urraca no ha dejado de ser, aún hoy, un personaje un tanto enigmático, insuficientemente estudiado porque sigue siendo difícil el acceso a ciertos archivos españoles. El historiador Josep Benet lo cita de una forma expresa en su investigación sobre Lluís Companys como el policía que interviene en su detención y su posterior traslado a España, pero es en 2006 cuando el círculo se cierra con la tesis doctoral de Jordi Guixé Corominas (Diplomacia y represión: la persecución hispano-francesa del exilio republicano), que aún no tiene editor. Jordi Guixé, formado en la Universidad de La Sorbona, tuvo la oportunidad de investigar durante varios años en los archivos franceses. Y allí encontró, entre numerosos documentos, el informe elaborado por Pedro Urraca sobre el primer interrogatorio de Lluís Companys en la prisión parisiense de La Santé, cuya dirección correspondía a la Gestapo. Urraca fue no sólo quien le detuvo, sino quien le interrogó en primera instancia, quien le comunicó el funesto destino que le esperaba y quien le acompañó, junto con un oficial alemán, a la frontera con Irún.
¿Cómo era Pedro Urraca? ¿Cuál es el origen de este personaje? ¿Qué otras actividades realizó en Francia durante la guerra y con posterioridad? A falta de la documentación protegida, de Pedro Urraca Rendueles existe al menos una imagen fotográfica. La foto pertenece a una ficha del Ministerio de Exteriores. Es una pose de perfil; el rostro de un hombre de frente ancha, pelo corto cepillado hacia la nuca, mirada al frente y gesto relajado, seguro de sí mismo. En otros documentos consta su fecha de nacimiento (22 de febrero de 1904, en Valladolid). Están sin verificar datos anexos, como su trabajo en un banco antes de formar parte de la policía de la República, función que abandonó en fecha indeterminada para incorporarse al bando de Franco y trasladarse a Francia antes de acabar la guerra.
De sus funciones en Francia consta su cargo como "agregado policial" en la Embajada de España en París. Buena parte de sus actividades están documentadas; pero la pista se pierde, casi irremediablemente, meses antes de que Francia comience a ser liberada por los aliados. Es evidente que regresó a España (entre otras cuestiones, para evitar que se ejecutara su condena a muerte), pero se desconoce en qué otras actividades estuvo involucrado desde entonces. El historiador Jordi Guixé sospecha que trabajó en Bruselas para la Embajada española durante los años sesenta; también pudo documentar las gestiones realizadas, ya en 1974, para que el expediente de Urraca fuera incorporado a los beneficiarios de la ley de amnistía promulgada por el Gobierno francés el 6 de agosto de 1953. Un último documento aparece en los archivos franceses el 5 de noviembre de 1982 referente a la concesión de un permiso para entrar en Francia que no podía exceder de los tres meses de estancia.
"Las actuaciones de Urraca y otros agentes franquistas destinados a Francia han supuesto un escollo difícil de investigar", escribe Jordi Guixé en su tesis doctoral. "La documentación policial y secreta todavía está mal localizada (voluntaria o involuntariamente, dependiendo de los casos) en los archivos españoles. La identidad de represores y torturadores todavía nos es camuflada bajo leyes de protección, a falta de una regulación legal de los archivos españoles y una necesidad de democratizar los archivos de ministerios como Interior y Exteriores".
Un policía francés del régimen de Vichy describió a Pedro Urraca en un informe como "un policía de gran clase, lleno de habilidades e incisivo, que nos ha sido de gran utilidad". Alguna otra referencia personal sobre Urraca (ésta procedente de un exiliado español) le describe como una persona que "maltrataba" el francés. Sea como fuere, el policía en cuestión tampoco desaprovechó el tiempo para enriquecerse. Residía en París y se apropió del piso de su vecina, una mujer de origen judío que había escapado de las garras de la Gestapo. Urraca actuaba para la Gestapo con el alias de Unamuno. También actuó para el régimen de Vichy.
Este episodio consta en el expediente que determinó su condena a muerte en 1948. Otros españoles fueron igualmente condenados. ¿Quiénes? Quizá algunos colaboradores de Urraca: sus nombres están en los archivos policiales franceses.
El personaje ha salido a la luz. Fue un funcionario protegido durante décadas por el Estado español. Es posible que disfrutara de una cómoda jubilación. Nadie le molestó en su vejez. No ha estado obligado a escuchar preguntas incómodas. No parece justo que la España democrática deba esperar hasta 2021 para conocer respuestas sobre hechos sucedidos 80 años antes.
Pedro Urraca dirigió en Francia una red de agentes para perseguir a líderes republicanos huidos tras la Guerra Civil. Él fue quien detuvo y trasladó a Lluís Companys a España, donde fue fusilado. Su hoja de servicios será inaccesible para los historiadores hasta el año 2021
LUIS GÓMEZ El País, 28/09/2008
No fue un simple policía de la represión franquista. El agente Pedro Urraca Rendueles convirtió en una pesadilla el exilio de destacados dirigentes republicanos huidos a Francia después de la Guerra Civil. Con ayuda de la Gestapo, los hostigó, persiguió y terminó apresando. No se detuvo hasta detener al presidente de la Generalitat, Lluís Companys, y conducirlo a España para que fuera ejecutado tras un sumario consejo de guerra. La pista del agente Urraca se pierde a su regreso a España. Su historial posterior es un misterio que tardará al menos 13 años más en resolverse. Su hoja de servicios será inaccesible hasta el año 2021.
En París se apropió del piso de su vecina, una mujer de origen judío que había escapado de las garras de la Gestapo
Su identidad tardó en ser conocida por aquellos historiadores que empezaron a investigar en las alcantarillas del franquismo. Nadie le molestó. Nadie llamó a su puerta. Nadie pudo interrogarle por su actuación en Francia tras la Guerra Civil. Un historiador llegó a localizar un teléfono a su nombre en una guía telefónica de Madrid en los años noventa, pero no llegó a marcar ese número. Ni siquiera en el archivo del Ministerio del Interior consta la fecha de su presunto fallecimiento (de seguir vivo tendría 104 años), un dato que no es anecdótico: la ley impide acceder a su historial hasta pasados 25 años de su muerte.
El historial policial de Urraca es todavía secreto. ¿Tiene algún sentido que la actuación de este personaje y de los policías a los que dirigió esté vetada al escrutinio de los historiadores? Es un ejemplo más de la memoria imperfecta de España. Este periódico intentó el acceso a su ficha personal, pero en aplicación de la ley, su expediente no será accesible hasta octubre de 2021, dado que el último documento (un reconocimiento de trienios) data de 1971 y han de pasar 50 años o 25 desde su muerte. Se jubiló en 1969. No consta fecha de su fallecimiento. Los datos más elocuentes sobre sus actividades están en los archivos franceses, entre ellos su condena a muerte en 1948 por el Gobierno democrático acusado de colaboración con los nazis y persecución de exiliados españoles. Urraca pudo sortear esa condena. Desde los años cincuenta ha sido un funcionario especialmente escurridizo.
¿De qué fue responsable? Pedro Urraca fue el personaje central de una red de policías que el régimen de Franco distribuyó por Francia tras la guerra para perseguir, y en algunos casos detener, a las principales autoridades de la República Española en el exilio. No fue una actividad secreta, sino una operación de represión en territorio extranjero en colaboración con la Gestapo y el régimen de Vichy. Existe documentación sobre el envío de agentes policiales, en diciembre de 1941, con destino a Marsella, Perpiñán y Toulouse para investigar y perseguir a "los jefes rojos". Paralela a esta operación policial fue la actividad de la Comisión de Recuperación de Bienes Españoles en el Extranjero, dirigida por el coronel Barroso, agregado militar en París. Esta red no se limitó a vigilar y perseguir a republicanos: se incautó de dinero, joyas y documentos en los domicilios donde residían los exiliados.
No hace mucho tiempo que se pudo verificar que fue Pedro Urraca el autor, el 13 de agosto de 1940, de la detención de Lluís Companys, presidente de la Generalitat durante la guerra. Fue también quien primero le interrogó en París y quien finalmente ejecutó su entrega en Irún a las autoridades españolas, que lo fusilaron semanas después (15 de octubre). El caso de Companys fue similar al de Julián Zugazagoitia (ministro de la Gobernación con Negrín, detenido en París, entregado y fusilado en Madrid). Detuvo e interrogó a decenas de personalidades relevantes de la República, como Manuel Portela Valladares (ex presidente del Consejo de Ministros), Josep Tarradellas, Juan Morata (subsecretario de Gobernación) o Mariano Ansó (ministro de Justicia). La lista de perseguidos es muy extensa.
También vigiló de cerca las actividades del presidente Manuel Azaña, a quien no pudo detener por las presiones que ejerció en aquel momento el Gobierno mexicano. Pero Azaña estuvo entre sus objetivos: le vigiló hasta el mismo día de su muerte (de hecho, fue quien informó a Madrid de su fallecimiento y entierro en Montauban, en una nota que se guarda en el Ministerio de Asuntos Exteriores). La red que dirigió este policía despojó de sus bienes y de documentos a muchos refugiados y trató de impedir que algunos de ellos pudieran embarcar a México (entre ellos, la viuda de Azaña).
Su nombre comenzó a salir a la luz en algunas memorias de refugiados españoles en Francia. Se trataba de referencias aisladas, carentes de apoyo documental. Posteriores investigaciones (las más importantes arrancan del año 2000) fueron colocando en su lugar a este personaje y documentando su actividad. Pedro Urraca no ha dejado de ser, aún hoy, un personaje un tanto enigmático, insuficientemente estudiado porque sigue siendo difícil el acceso a ciertos archivos españoles. El historiador Josep Benet lo cita de una forma expresa en su investigación sobre Lluís Companys como el policía que interviene en su detención y su posterior traslado a España, pero es en 2006 cuando el círculo se cierra con la tesis doctoral de Jordi Guixé Corominas (Diplomacia y represión: la persecución hispano-francesa del exilio republicano), que aún no tiene editor. Jordi Guixé, formado en la Universidad de La Sorbona, tuvo la oportunidad de investigar durante varios años en los archivos franceses. Y allí encontró, entre numerosos documentos, el informe elaborado por Pedro Urraca sobre el primer interrogatorio de Lluís Companys en la prisión parisiense de La Santé, cuya dirección correspondía a la Gestapo. Urraca fue no sólo quien le detuvo, sino quien le interrogó en primera instancia, quien le comunicó el funesto destino que le esperaba y quien le acompañó, junto con un oficial alemán, a la frontera con Irún.
¿Cómo era Pedro Urraca? ¿Cuál es el origen de este personaje? ¿Qué otras actividades realizó en Francia durante la guerra y con posterioridad? A falta de la documentación protegida, de Pedro Urraca Rendueles existe al menos una imagen fotográfica. La foto pertenece a una ficha del Ministerio de Exteriores. Es una pose de perfil; el rostro de un hombre de frente ancha, pelo corto cepillado hacia la nuca, mirada al frente y gesto relajado, seguro de sí mismo. En otros documentos consta su fecha de nacimiento (22 de febrero de 1904, en Valladolid). Están sin verificar datos anexos, como su trabajo en un banco antes de formar parte de la policía de la República, función que abandonó en fecha indeterminada para incorporarse al bando de Franco y trasladarse a Francia antes de acabar la guerra.
De sus funciones en Francia consta su cargo como "agregado policial" en la Embajada de España en París. Buena parte de sus actividades están documentadas; pero la pista se pierde, casi irremediablemente, meses antes de que Francia comience a ser liberada por los aliados. Es evidente que regresó a España (entre otras cuestiones, para evitar que se ejecutara su condena a muerte), pero se desconoce en qué otras actividades estuvo involucrado desde entonces. El historiador Jordi Guixé sospecha que trabajó en Bruselas para la Embajada española durante los años sesenta; también pudo documentar las gestiones realizadas, ya en 1974, para que el expediente de Urraca fuera incorporado a los beneficiarios de la ley de amnistía promulgada por el Gobierno francés el 6 de agosto de 1953. Un último documento aparece en los archivos franceses el 5 de noviembre de 1982 referente a la concesión de un permiso para entrar en Francia que no podía exceder de los tres meses de estancia.
"Las actuaciones de Urraca y otros agentes franquistas destinados a Francia han supuesto un escollo difícil de investigar", escribe Jordi Guixé en su tesis doctoral. "La documentación policial y secreta todavía está mal localizada (voluntaria o involuntariamente, dependiendo de los casos) en los archivos españoles. La identidad de represores y torturadores todavía nos es camuflada bajo leyes de protección, a falta de una regulación legal de los archivos españoles y una necesidad de democratizar los archivos de ministerios como Interior y Exteriores".
Un policía francés del régimen de Vichy describió a Pedro Urraca en un informe como "un policía de gran clase, lleno de habilidades e incisivo, que nos ha sido de gran utilidad". Alguna otra referencia personal sobre Urraca (ésta procedente de un exiliado español) le describe como una persona que "maltrataba" el francés. Sea como fuere, el policía en cuestión tampoco desaprovechó el tiempo para enriquecerse. Residía en París y se apropió del piso de su vecina, una mujer de origen judío que había escapado de las garras de la Gestapo. Urraca actuaba para la Gestapo con el alias de Unamuno. También actuó para el régimen de Vichy.
Este episodio consta en el expediente que determinó su condena a muerte en 1948. Otros españoles fueron igualmente condenados. ¿Quiénes? Quizá algunos colaboradores de Urraca: sus nombres están en los archivos policiales franceses.
El personaje ha salido a la luz. Fue un funcionario protegido durante décadas por el Estado español. Es posible que disfrutara de una cómoda jubilación. Nadie le molestó en su vejez. No ha estado obligado a escuchar preguntas incómodas. No parece justo que la España democrática deba esperar hasta 2021 para conocer respuestas sobre hechos sucedidos 80 años antes.
sábado, 27 de septiembre de 2008
Ideas de Sarkozy
Sarkozy propone refundar sobre bases éticas el capitalismo
El presidente de Francia convoca para diciembre una gran cumbre económica
J. M. MARTÍ FONT - El País, París - 26/09/2008
Nicolas Sarkozy quiere "refundar el capitalismo" para lo que convocará a "los principales líderes mundiales" antes de fin de año para reconstruir, "partiendo de cero", el sistema financiero internacional, tal y como se hizo en la conferencia de Bretton Woods tras la II Guerra Mundial (en la que se adoptó el dólar como moneda internacional). De vuelta de Nueva York, el presidente francés pronunció ayer en Toulon, arropado por los miembros del Gobierno y por los diputados de la mayoría en el poder, su esperado discurso sobre la situación económica y aseguró que la crisis no ha terminado. "Sus consecuencias serán duraderas, afectará al crecimiento, al empleo y al poder adquisitivo", dijo. "La autorregulación para resolver los problemas se acabó", subrayó
Pero la culpa no es del capitalismo. Porque para Sarkozy hay un buen capitalismo y un mal capitalismo. "La crisis financiera por la que pasamos no es la crisis del capitalismo, es la crisis de un sistema que se ha alejado de los valores del capitalismo, que en cierto modo los ha traicionado". Y marca "el fin de un mundo que se construyó sobre la caída del muro de Berlín, cuando una generación creyó que la democracia y el mercado arreglarían por sí solos todos los problemas". Un sueño que, según el líder francés, se ha roto bajo el peso de las plagas de este siglo: el terrorismo, las derivas identitarias, el riesgo ecológico o el dumping, entre otras.
"La autorregulación para resolver todos los problemas, se acabó; le laissez faire, c'est fini", proclamó. "Hay que refundar el capitalismo sobre bases éticas, las del esfuerzo y el trabajo, las de la responsabilidad, porque hemos pasado a dos dedos de la catástrofe", advirtió. Repitió sus diatribas contra los sueldos y los beneficios de los ejecutivos financieros y amenazó con una ley para regular sus prebendas. Recogió retazos de sus viejos discursos y disparó contra sus demonios familiares. El "desorden de las monedas está en el corazón de la crisis", dijo, y apuntó al dólar y el yuan chino como culpables de que las industrias europeas no sean competitivas.
Para configurar un capitalismo y un sistema financiero con bases sanas, Sarkozy pretende reunir antes de fin de año a "los líderes mundiales" -no especificó cuales- en una conferencia remedo de Bretton Woods, para lo cual, aseguró, ya cuenta con el apoyo de la canciller alemana, Angela Merkel. "No podemos gestionar la economía del siglo XXI con los instrumentos del siglo XX", dijo. Reivindicó la "legitimidad" de los poderes públicos para intervenir en la regulación del sistema financiero, hizo un "llamamiento a Europa a reflexionar sobre lo que está sucediendo" y echó un cabo al tradicional proteccionismo galo: "La competencia es un medio, no un fin".
Al capitalismo financiero, Sarkozy contrapone el capitalismo industrial, que propugna el crecimiento a largo plazo, no la especulación, y para el que ahora se abren grandes oportunidades, especialmente en el campo del reto ecológico y energético.
Ya en clave doméstica, garantizó a los franceses que sus ahorros y sus planes de pensiones no corren ningún peligro porque el Estado, si es necesario, cubrirá cualquier quiebra. "La crisis nos lleva a acelerar las reformas", señaló.
El presidente de Francia convoca para diciembre una gran cumbre económica
J. M. MARTÍ FONT - El País, París - 26/09/2008
Nicolas Sarkozy quiere "refundar el capitalismo" para lo que convocará a "los principales líderes mundiales" antes de fin de año para reconstruir, "partiendo de cero", el sistema financiero internacional, tal y como se hizo en la conferencia de Bretton Woods tras la II Guerra Mundial (en la que se adoptó el dólar como moneda internacional). De vuelta de Nueva York, el presidente francés pronunció ayer en Toulon, arropado por los miembros del Gobierno y por los diputados de la mayoría en el poder, su esperado discurso sobre la situación económica y aseguró que la crisis no ha terminado. "Sus consecuencias serán duraderas, afectará al crecimiento, al empleo y al poder adquisitivo", dijo. "La autorregulación para resolver los problemas se acabó", subrayó
Pero la culpa no es del capitalismo. Porque para Sarkozy hay un buen capitalismo y un mal capitalismo. "La crisis financiera por la que pasamos no es la crisis del capitalismo, es la crisis de un sistema que se ha alejado de los valores del capitalismo, que en cierto modo los ha traicionado". Y marca "el fin de un mundo que se construyó sobre la caída del muro de Berlín, cuando una generación creyó que la democracia y el mercado arreglarían por sí solos todos los problemas". Un sueño que, según el líder francés, se ha roto bajo el peso de las plagas de este siglo: el terrorismo, las derivas identitarias, el riesgo ecológico o el dumping, entre otras.
"La autorregulación para resolver todos los problemas, se acabó; le laissez faire, c'est fini", proclamó. "Hay que refundar el capitalismo sobre bases éticas, las del esfuerzo y el trabajo, las de la responsabilidad, porque hemos pasado a dos dedos de la catástrofe", advirtió. Repitió sus diatribas contra los sueldos y los beneficios de los ejecutivos financieros y amenazó con una ley para regular sus prebendas. Recogió retazos de sus viejos discursos y disparó contra sus demonios familiares. El "desorden de las monedas está en el corazón de la crisis", dijo, y apuntó al dólar y el yuan chino como culpables de que las industrias europeas no sean competitivas.
Para configurar un capitalismo y un sistema financiero con bases sanas, Sarkozy pretende reunir antes de fin de año a "los líderes mundiales" -no especificó cuales- en una conferencia remedo de Bretton Woods, para lo cual, aseguró, ya cuenta con el apoyo de la canciller alemana, Angela Merkel. "No podemos gestionar la economía del siglo XXI con los instrumentos del siglo XX", dijo. Reivindicó la "legitimidad" de los poderes públicos para intervenir en la regulación del sistema financiero, hizo un "llamamiento a Europa a reflexionar sobre lo que está sucediendo" y echó un cabo al tradicional proteccionismo galo: "La competencia es un medio, no un fin".
Al capitalismo financiero, Sarkozy contrapone el capitalismo industrial, que propugna el crecimiento a largo plazo, no la especulación, y para el que ahora se abren grandes oportunidades, especialmente en el campo del reto ecológico y energético.
Ya en clave doméstica, garantizó a los franceses que sus ahorros y sus planes de pensiones no corren ningún peligro porque el Estado, si es necesario, cubrirá cualquier quiebra. "La crisis nos lleva a acelerar las reformas", señaló.
viernes, 26 de septiembre de 2008
Francisco Rico
Y España inventó el realismo...
Francisco Rico analiza en dos conferencias la revolución de la novela, género que ha engullido
todos los demás - La dan por muerta, pero sigue muy viva
JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS - Madrid - El País, 26/09/2008
La escena es casi una lección sobre el choque entre el clasicismo y la realidad. Francisco Rico, "castellano" de 1942, miembro de tres academias europeas, entre ellas la RAE, busca un sitio en el que le dejen fumar. El elegido es un bar presidido por un cartel que anuncia el partido del Getafe. Llega cargado de citas de Ortega, Menéndez Pidal y Benet, y pide un té. No hay cafetera. ¿Agua con gas? No. ¿Sin gas? Del tiempo. El profesor Rico sonríe, se quita la chaqueta y la corbata y confirma: "La novela realista es un invento español".
"La tendencia que empezó con La Celestina termina en Gran Hermano"
A explicar esas siete palabras ha dedicado esta semana el autor de la edición más completa del El Quijote dos conferencias en la Fundación Juan March de Madrid. El título del ciclo, España y la novela, es un homenaje a Dámaso Alonso, que en los años sesenta quiso escribir un libro con ese epígrafe. Alonso partía del realismo como rasgo dominante de la literatura española, algo que él mismo había negado en 1927, durante el tributo a Góngora que hizo posible la famosa foto de su generación.
"La novela moderna viene de España. Hay pocas dudas", insiste Francisco Rico. "Aquí se rompió con el sistema clásico de la literatura", explica. "Desde los griegos, el objeto del artista es la realidad, pero no la que tenemos ante los ojos, sino la ideal". Los personajes, además, debían ser tratados según su condición social. A un personaje alto correspondía un estilo trágico. A uno bajo, uno cómico. Los pobres sólo podían protagonizar las comedias. "Contra eso llegan La Celestina, con personajes bajos que viven pasiones trágicas, el Lazarillo, que se burla de todo lo que no sea el pequeño mundo del protagonista, y El Quijote, que enfrenta la historia y la poesía". Para Rico, una frase de Victor Hugo resume el estado de la cuestión hasta entonces: "¿Cuándo se ha visto a un rey que pregunte 'qué hora es'?". Y añade: "Una palabra como jarro era impronunciable en un ambiente elevado. Y El Quijote está lleno de jarros".
¿Y por qué España? "Porque el humanismo no echó raíces tan fuertes como en Francia o Italia. Aquí el sistema de enseñanza fue más general, más democrático y, por eso, más débil. Los principios clásicos no se tomaron tan al pie de la letra". La influencia de tanta subversión se extendió por Europa como una epidemia.
Una educación de masas pero débil, el olvido de la tradición... Parece de ahora mismo. Y lo es. "La novela realista es la más moderna porque está acorde con la aparición de la burguesía, el individualismo, la reducción de las relaciones sociales a términos económicos y la democratización de la cultura a través de la imprenta", explica el profesor Rico. "El arte se acerca a la realidad cotidiana, algo que termina en Gran Hermano y el reality show". No es, pues, extraño, que la novela se haya convertido en el género dominante, revestido además de un prestigio que no tenía hace 200 años, cuando era considerada un mero entretenimiento. Cuando en abril pasado el propio Rico contestó al discurso de ingreso en la RAE de Javier Marías, lo hizo así: leemos novelas por "curiosidad" y como "una vivencia lúdica, como las montañas rusas o un videojuego". "Es el juego de la ficción", abunda ahora. "Nos permite vivir una experiencia peligrosa sin arriesgar nada".
En el siglo XX, la narración subjetiva se incrustó en la cotidianidad -"eso son Joyce y Kafka"- y la novela se convirtió en arte.Así hasta comerse al resto de la literatura. Según las encuestas, el 95% de los lectores habituales no sale de la narrativa. "La novela ha asumido toda la literatura: la poesía como estilo, la historia como crónica, el ensayo con las consideraciones del escritor, el drama... ¿Qué queda?".
Para el profesor Rico no hay peligro de que la novela sea a su vez engullida por la televisión, por mucho que reconozca estar enganchado a Los Soprano. La cíclica muerte de la novela tiene poca base. Puede que las grandes historias estén en la tele, "pero siguen existiendo los novelones. Es la posmodernidad, están presentes todas las opciones: Gran Hermano y gran literatura". Director del Centro para la Edición de los Clásicos Españoles, Francisco Rico no teme por el futuro de éstos: "Es cierto que los jóvenes van perdiendo referencias, por eso hay que cambiar la enseñanza. Presentarlos de forma más acorde con la percepción fragmentaria que dan los medios, en particular Internet... Del fragmento significativo se pasa a los textos completos". En la vieja disputa entre preparar a los jóvenes para El Quijote o El Quijote para los jóvenes, él es partidario de lo segundo. "La literatura siempre ha vivido de las adaptaciones: Virgilio recrea a Homero, Dante a Virgilio... hasta hoy".
Alberti y Rauschenberg en MP3
"Decíamos ayer...". Así, a la manera de Fray Luis, empezó Francisco Rico su primera conferencia el pasado martes. Desde que intervino en la Juan March en 1978, el académico no ha dejado de hacerlo cada diez años, religiosamente. La versión en audio de ésas y de todas las conferencias que han tenido lugar en la sede madrileña de la fundación están ahora disponibles de forma gratuita en la web de la institución: www.march.es.
En enero de 1975 Julián Marías abrió el fuego con una charla titulada Dos formas de instalación humana: la edad y el sexo. Su hijo Javier, precisamente, hablará de su obra narrativa el próximo martes bajo el epígrafe La pérdida paulatina de la irresponsabilidad. Entre uno y otro ha habido 800 especialistas que han dictado 2.000 conferencias -que pueden descargarse en MP3- sobre los temas más variopintos: del pasado del Museo del Prado al futuro de la economía mundial pasando por el papel de la mujer... en el futuro. De ello hablaron José Luis Sampedro, Alfonso Pérez Sánchez y la feminista estadounidense Betty Friedan. Además, Rafael Alberti, Robert Rauschenberg, Rosa Chacel, Camilo José Cela, Laín Entralgo y Fuentes Quintana forman una nómina que parece dar la razón a aquel aforismo que afirma que, en Madrid, a las ocho de la tarde, o das una conferencia o te la
Francisco Rico analiza en dos conferencias la revolución de la novela, género que ha engullido
todos los demás - La dan por muerta, pero sigue muy viva
JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS - Madrid - El País, 26/09/2008
La escena es casi una lección sobre el choque entre el clasicismo y la realidad. Francisco Rico, "castellano" de 1942, miembro de tres academias europeas, entre ellas la RAE, busca un sitio en el que le dejen fumar. El elegido es un bar presidido por un cartel que anuncia el partido del Getafe. Llega cargado de citas de Ortega, Menéndez Pidal y Benet, y pide un té. No hay cafetera. ¿Agua con gas? No. ¿Sin gas? Del tiempo. El profesor Rico sonríe, se quita la chaqueta y la corbata y confirma: "La novela realista es un invento español".
"La tendencia que empezó con La Celestina termina en Gran Hermano"
A explicar esas siete palabras ha dedicado esta semana el autor de la edición más completa del El Quijote dos conferencias en la Fundación Juan March de Madrid. El título del ciclo, España y la novela, es un homenaje a Dámaso Alonso, que en los años sesenta quiso escribir un libro con ese epígrafe. Alonso partía del realismo como rasgo dominante de la literatura española, algo que él mismo había negado en 1927, durante el tributo a Góngora que hizo posible la famosa foto de su generación.
"La novela moderna viene de España. Hay pocas dudas", insiste Francisco Rico. "Aquí se rompió con el sistema clásico de la literatura", explica. "Desde los griegos, el objeto del artista es la realidad, pero no la que tenemos ante los ojos, sino la ideal". Los personajes, además, debían ser tratados según su condición social. A un personaje alto correspondía un estilo trágico. A uno bajo, uno cómico. Los pobres sólo podían protagonizar las comedias. "Contra eso llegan La Celestina, con personajes bajos que viven pasiones trágicas, el Lazarillo, que se burla de todo lo que no sea el pequeño mundo del protagonista, y El Quijote, que enfrenta la historia y la poesía". Para Rico, una frase de Victor Hugo resume el estado de la cuestión hasta entonces: "¿Cuándo se ha visto a un rey que pregunte 'qué hora es'?". Y añade: "Una palabra como jarro era impronunciable en un ambiente elevado. Y El Quijote está lleno de jarros".
¿Y por qué España? "Porque el humanismo no echó raíces tan fuertes como en Francia o Italia. Aquí el sistema de enseñanza fue más general, más democrático y, por eso, más débil. Los principios clásicos no se tomaron tan al pie de la letra". La influencia de tanta subversión se extendió por Europa como una epidemia.
Una educación de masas pero débil, el olvido de la tradición... Parece de ahora mismo. Y lo es. "La novela realista es la más moderna porque está acorde con la aparición de la burguesía, el individualismo, la reducción de las relaciones sociales a términos económicos y la democratización de la cultura a través de la imprenta", explica el profesor Rico. "El arte se acerca a la realidad cotidiana, algo que termina en Gran Hermano y el reality show". No es, pues, extraño, que la novela se haya convertido en el género dominante, revestido además de un prestigio que no tenía hace 200 años, cuando era considerada un mero entretenimiento. Cuando en abril pasado el propio Rico contestó al discurso de ingreso en la RAE de Javier Marías, lo hizo así: leemos novelas por "curiosidad" y como "una vivencia lúdica, como las montañas rusas o un videojuego". "Es el juego de la ficción", abunda ahora. "Nos permite vivir una experiencia peligrosa sin arriesgar nada".
En el siglo XX, la narración subjetiva se incrustó en la cotidianidad -"eso son Joyce y Kafka"- y la novela se convirtió en arte.Así hasta comerse al resto de la literatura. Según las encuestas, el 95% de los lectores habituales no sale de la narrativa. "La novela ha asumido toda la literatura: la poesía como estilo, la historia como crónica, el ensayo con las consideraciones del escritor, el drama... ¿Qué queda?".
Para el profesor Rico no hay peligro de que la novela sea a su vez engullida por la televisión, por mucho que reconozca estar enganchado a Los Soprano. La cíclica muerte de la novela tiene poca base. Puede que las grandes historias estén en la tele, "pero siguen existiendo los novelones. Es la posmodernidad, están presentes todas las opciones: Gran Hermano y gran literatura". Director del Centro para la Edición de los Clásicos Españoles, Francisco Rico no teme por el futuro de éstos: "Es cierto que los jóvenes van perdiendo referencias, por eso hay que cambiar la enseñanza. Presentarlos de forma más acorde con la percepción fragmentaria que dan los medios, en particular Internet... Del fragmento significativo se pasa a los textos completos". En la vieja disputa entre preparar a los jóvenes para El Quijote o El Quijote para los jóvenes, él es partidario de lo segundo. "La literatura siempre ha vivido de las adaptaciones: Virgilio recrea a Homero, Dante a Virgilio... hasta hoy".
Alberti y Rauschenberg en MP3
"Decíamos ayer...". Así, a la manera de Fray Luis, empezó Francisco Rico su primera conferencia el pasado martes. Desde que intervino en la Juan March en 1978, el académico no ha dejado de hacerlo cada diez años, religiosamente. La versión en audio de ésas y de todas las conferencias que han tenido lugar en la sede madrileña de la fundación están ahora disponibles de forma gratuita en la web de la institución: www.march.es.
En enero de 1975 Julián Marías abrió el fuego con una charla titulada Dos formas de instalación humana: la edad y el sexo. Su hijo Javier, precisamente, hablará de su obra narrativa el próximo martes bajo el epígrafe La pérdida paulatina de la irresponsabilidad. Entre uno y otro ha habido 800 especialistas que han dictado 2.000 conferencias -que pueden descargarse en MP3- sobre los temas más variopintos: del pasado del Museo del Prado al futuro de la economía mundial pasando por el papel de la mujer... en el futuro. De ello hablaron José Luis Sampedro, Alfonso Pérez Sánchez y la feminista estadounidense Betty Friedan. Además, Rafael Alberti, Robert Rauschenberg, Rosa Chacel, Camilo José Cela, Laín Entralgo y Fuentes Quintana forman una nómina que parece dar la razón a aquel aforismo que afirma que, en Madrid, a las ocho de la tarde, o das una conferencia o te la
domingo, 21 de septiembre de 2008
Nueva zona cero del capitalismo
La nueva zona cero del capitalismo financiero
La crisis de Wall Street cambia el orden de las finanzas mundiales y provoca la mayor intervención estatal desde la Gran Depresión
CLAUDI PÉREZ El País, 21/09/2008
El lugar que ocupaban las Torres Gemelas sigue teniendo un extraño aire fantasmagórico, sobrecogedor. Pero la zona cero de Nueva York se ha desplazado ahora 50 calles más arriba, a un par de manzanas de imponentes rascacielos que albergan las sedes de los grandes bancos de inversión, los reyezuelos de los últimos tiempos de dinero fácil, sueldos millonarios y excesos de todo tipo, y los villanos -y chocantes víctimas- del último capítulo del interminable thriller financiero que ha azotado los mercados con la fuerza devastadora de un huracán.
El problema ha acabado siendo de solvencia de todo el sistema
La metástasis financiera se está trasladando a la economía real
Esta crisis tiene un toque darwinista. Los más débiles ya han sido engullidos
La crisis que empezó comparándose con la de 2001 ha acabado trazando claros paralelismos con la Gran Depresión y sus uvas de la ira. El drama aún no ha terminado, pero tras una última semana vertiginosa empieza a enfilar hacia un camino más amable, menos doloroso, y el paisaje después de la batalla deja ese mismo aire fantasmagórico al pie del edificio de los otrora arrogantes y despiadados banqueros de Lehman Brothers, al cabo el gran cadáver de esta crisis. Y un par de lecciones importantes.
Uno: el sistema financiero no volverá a ser el mismo. "Se ganará menos dinero y se endurecerá la normativa bancaria... hasta que alguien invente la forma de saltársela", asegura el responsable de un fondo de alto riesgo con sede en Washington. Y dos: tras años de ultraliberalismo fundamentalista, los mercados constatan que el Gobierno -y la regulación- no es el problema, es la solución. La Administración de Bush ha salido al rescate con la mayor intervención pública sobre los mercados que se recuerda. Puede que mayor incluso que la posterior a la crisis de 1929. No es una novedad. Así ha sido siempre, en todas las crisis bancarias. Y esto no es el fin del mundo o el fin del capitalismo. Es una crisis bancaria de libro.
Los mercados no van dando pasos poco a poco hacia una crisis, sino que sencillamente se la encuentran, de sopetón. De repente, en agosto de 2007, el mundo descubre que el sistema financiero estadounidense concede hipotecas a gente que probablemente no puede pagarlas. Y que a través de un sofisticado entramado de ingeniería financiera, esas hipotecas se han extendido por el sistema financiero internacional, ávido de dinero fácil tras unos años de extraordinaria bonanza y tipos de interés por los suelos que han hinchado varias burbujas. Una vez que los precios de la vivienda empiezan a caer, las subprime -sin duda, la palabra financiera del año- empiezan a abrir un agujero en los balances de la banca internacional.
Al principio es sólo un problema de liquidez: los bancos ya no se fían de sí mismos y los bancos centrales tienen que inyectar fondos de forma masiva. Pero la confianza desaparece y van apareciendo los fantasmas: al final, la presión sobre las entidades financieras es tan insoportable que el problema acaba siendo de solvencia de todo el sistema. Además, la metástasis se ha extendido del sistema financiero a la economía real. La recesión planea sobre Estados Unidos, Europa y Japón. La globalización es para lo bueno y para lo malo, y ha llegado la hora de lo malo.
Tras unos meses de sustos bursátiles, de subida de los tipos de interés interbancarios, de un aumento de las primas de riesgo de las entidades financieras y de inusitados nervios para el cierre del ejercicio 2007, en marzo de este año llega el primer gran aviso: Estados Unidos tiene que salir al rescate de Bear Stearns, el quinto banco de inversión estadounidense, con un balance preñado de activos contaminados, que ya nadie compra. La Reserva Federal y el Tesoro orquestan un rescate que compromete fondos públicos y toman algunas medidas para intentar que no vuelva a ocurrir.
Pero no hay mercado interbancario, las Bolsas caen, las pérdidas se extienden, los bancos se ven obligados a captar capital y aun así no pueden contener la sangría en sus balances.
La sucesión de problemas, como en un círculo vicioso, va ampliando el agujero. Lejos de detenerse, los riesgos se multiplican a toda velocidad, hasta llegar a la semana de pasión.
A principios de septiembre, la Administración de Bush lanza un salvavidas multimillonario para impedir que se hundan dos gigantescas hipotecarias -Freddie Mac y Fannie Mae-, ante el más que probable riesgo de colapso inmobiliario. Después, deja caer a Lehman Brothers para demostrar que los mercados tienen que sanearse por sí mismos, que el Gobierno intenta trazar una frontera entre lo que debe y no debe hacer, y que no va a gastarse miles de millones de dólares en rescatar a todas las entidades que tengan problemas. Los acontecimientos se precipitan: llega la boda de penalti entre Merrill Lynch, otro de los grandes bancos de inversión, y Bank of America, tras captar el mensaje de que las autoridades no están dispuestas a acudir en su ayuda.
Son remilgos: inmediatamente después, la Administración de Bush se ve obligada a desandar ese camino para salvar AIG, la primera aseguradora del mundo, ante los riesgos de quiebra de todo el sistema.
La bola de nieve sigue creciendo, con ataques especulativos sobre los gigantes del sector financiero: Morgan Stanley, HBOS, Goldman Sachs, Washington Mutual, nombres que Wall Street reverencia y que de repente se han vuelto vulnerables. Llegan a sufrir en Bolsa caídas superiores al 40% en un solo día, caídas que recuerdan las que había padecido Lehman sólo una semana antes y que hacen temer un desenlace similar.
Los recortes de tipos de interés, las inyecciones masivas de fondos de los bancos centrales y los rescates millonarios de los últimos meses apenas han causado efecto. Son meros emplastos. Las Bolsas se hunden ante un panorama cada vez más preocupante.
Pero finalmente no llega la sangre al río. La tarde del jueves, la Administración de Bush da un golpe de teatro que se antoja definitivo e interviene en los mercados con mano de hierro al anunciar varias medidas espectaculares: anuncia los planes para crear una superagencia que adquiera los activos dañados por la banca, impide las compras especulativas -las apuestas a la baja- en Bolsa, toda una paradoja, y asegura fondos y depósitos ante el declive de la confianza de los consumidores, que temen seriamente por sus ahorros. Una intervención en toda regla para extirpar el tumor (las subprime y sus derivados), cerrar las puertas de la especulación contra los gigantes de Wall Street (los mismos que la alimentaron durante años) y, lo más difícil, restañar la confianza.
Faltan por definir los detalles del plan de rescate, pero hay algo que ya se sabe: el coste es incalculable. Cientos de miles de millones de dólares, se atreve a decir con la boca pequeña el secretario del Tesoro, Hank Paulson. "Estoy convencido de que esta valiente acción costará a las familias americanas mucho menos que la alternativa: una serie de continuas quiebras de instituciones financieras y unos mercados de crédito congelados e incapaces de financiar la expansión económica". Y todo eso a dos meses escasos de las elecciones presidenciales, con Barack Obama y John McCain opinando -no siempre con acierto- sobre el devenir de los acontecimientos.
Los mercados se recuperan con fuertes subidas a finales de semana. El índice Dow Jones convierte una sesión de pesadilla, la del jueves, en el mayor ascenso de los últimos seis años, después de que empiecen a difundirse las primeras noticias sobre el plan de rescate.
La euforia vuelve a un Wall Street más ciclotímico que nunca y se transmite a todas las Bolsas al día siguiente: de nuevo la globalización. Las aguas se tranquilizan. El show debe continuar, pero las consecuencias de este episodio de turbulencias se dejarán sentir durante mucho tiempo.
"Apasionante y terrorífico", así resume el influyente economista Paul Krugman el relato de los hechos de la última semana. El final de las turbulencias sólo se vislumbra cuando los políticos se han atrevido a "pensar a lo grande", opina. Aunque hay que ir con cuidado: Krugman suele decir que lo que parece una luz al final del túnel es sencillamente un tren de mercancías que se acerca a toda velocidad. El Nobel Joseph Stiglitz acusa a las instituciones financieras de "fracasar y correr hacia el Gobierno en busca de ayuda" y asegura que el derrumbe de Wall Street es lo que la caída del muro de Berlín fue al comunismo. "La peor crisis del siglo", apunta el ex presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan, la diana de las críticas más feroces -encabezadas por los citados Krugman y Stiglitz- por su política monetaria tras el 11 de septiembre de 2001, que a la postre incentivó lo que él mismo trataba de combatir, la "exuberancia irracional" de los mercados.
Los expertos consultados aventuran cambios en la banca, en la regulación e incluso en los hasta ahora intocables bancos centrales. Pero, sobre todo, aún se palpan las vestiduras después del pánico de los últimos días: "Como tamaño del shock, ésta es la crisis financiera más grande desde la Gran Depresión. Afortunadamente, lo que es muy distinto es el impacto sobre la economía real, que ha sido relativamente menor. Esto se debe tanto a un sistema financiero mucho más robusto que el de esa época, como a una respuesta de política económica mucho más agresiva de parte de Estados Unidos", explica desde Boston Ricardo Caballero, del Massachussets Institute of Technology.
A la banca le espera una dura travesía del desierto. "Vamos hacia un mundo sin bancos de inversión independientes", asegura Keith Wade, economista jefe de Schroders. "Más transparencia, menos riesgo y menos, muchos menos beneficios para los bancos", según los analistas de Goldman Sachs. Y, muy probablemente, menos instituciones: las crisis tienen un toque darwinista, y las entidades más débiles ya están siendo engullidas por las que han resistido mejor los embates de las turbulencias.
En definitiva, los expertos esperan una vuelta al sistema bancario de los años sesenta, en la que las instituciones más tradicionales, más alejadas de la ingeniería financiera, tienen las de ganar. Bank of America, Deutsche Bank o Banco Santander, bancos universales con más capital y que recurren menos al endeudamiento que las estrellas del sector en los últimos años, afilan los colmillos ante el previsible alud de fusiones en el sector.
"Nadie duda de que Wall Street tiene suficiente capacidad como para adaptarse al nuevo entorno y seguir ganando dinero a espuertas, pero los controles van a reforzarse para evitar que esto se repita. El péndulo gira ahora hacia un menor riesgo, un menor endeudamiento, una mayor regulación, y quienes sufren son los que más se habían arriesgado y estaban más apalancados", señala desde Londres Antonio Villarroya, de Merrill Lynch. Vehículos como los hedge funds o los fondos de capital riesgo pueden vivir una nueva edad de oro una vez remita el huracán financiero.
La última semana negra en los mercados está llamada a facilitar cierta limpieza. Pero deja no pocos interrogantes sin respuesta. Los sueldos en Wall Street siguen ligados a los resultados a corto plazo: han rodado decenas de cabezas en las entidades financieras, pero los nuevos ejecutivos siguen ligando sus ingresos a los beneficios a corto plazo. En sólo tres meses, el nuevo consejero delegado de AIG, Robert Willumstad, puede meterse en el bolsillo siete millones de euros. La aseguradora que dirige sigue funcionando, es cierto. Pero sólo por el salvavidas del Gobierno estadounidense, que ha inyectado 85.000 millones de euros en su rescate.
Hay otras complicaciones difíciles de resolver. La combinación de los enormes incrementos en el precio de la vivienda con el impacto de las innovaciones financieras a través de titulizaciones hipotecarias y los altos niveles de endeudamiento de los hogares han hecho a las economías de EE UU, el Reino Unido o España extremadamente vulnerables a la corrección del mercado inmobiliario.
Este serio aprieto es el resultado de una serie de graves errores: los bajos tipos, la burbuja de precios y el excesivo apetito por el riesgo han convertido a muchos consumidores en especuladores con un alto grado de endeudamiento en un activo fijo que domina la mayoría de las carteras y reduce la movilidad personal; una buena parte del sistema financiero se ha hecho dependiente también de esta actividad. El Gobierno de Bush ha dado el primer paso y ha salvado de la quema al sistema financiero. Pero no acaba de verse la salida del pinchazo inmobiliario. "La recuperación va a ser lenta, dura, y esas economías van a sufrir mucho mientras no se recupere la vivienda: son el equivalente a las entidades financieras que estaban más endeudadas y que han pasado verdaderos apuros", aseguran fuentes financieras en Washington.
El mercado no perdona a nadie. Y la crisis tendrá marcadas consecuencias incluso en el plano ideológico. Los últimos episodios de turbulencias se centraron en países emergentes, pero esta vez el origen y el desarrollo de la crisis se produce en el epicentro del sistema, el sector financiero estadounidense.
La paradoja es que después de los sermones sobre el libre mercado, ha sido el republicano George W. Bush el encargado de poner en pie los mercados con un intervencionismo casi sin precedentes. Pese a los excesos del fundamentalismo neoliberal de los últimos años, Washington tiene una larga historia de ayudas financieras al sector privado cuando el riesgo económico o político de una quiebra empresarial parecía demasiado alto. Sin ir más lejos, la salvación del sistema de las savings and loans (cajas de ahorros) estadounidenses llegó a finales de los ochenta, tras la revolución neoliberal de Reagan. La historia se repite. Una y otra vez.
Dos continentes, dos pesadillas
Estados Unidos tiene pesadillas con la Gran Depresión de los años treinta. Europa, con la hiperinflación alemana posterior a la Segunda Guerra Mundial. Y el activismo político de los Gobiernos y los bancos centrales en la gestión de la última crisis del capitalismo refleja ese tortuoso pasado.
El coste del ambicioso plan de rescate puesto en marcha por la Administración de George W. Bush oscilará entre el billón y los dos billones de dólares -entre el 7% y el 14% del PIB estadounidense, nada menos-, según el economista Kenneth Rogoff. Los rescates de bancos multimillonarios, las inyecciones de capital en el sistema financiero, el plan de estímulo fiscal y el último arreón intervencionista dan cuenta "de la mayor flexibilidad de Estados Unidos para lidiar con la crisis", argumenta Desmond Lachamn, del American Enterprise Institute, un think tank conservador con gran influencia en Washington.
En Europa, apenas nada: sólo en España ha habido un plan de estímulo fiscal, y además muy discutido por los economistas. El siguiente paso será una vuelta de tuerca a la regulación financiera para que los excesos del dinero fácil, el sobreendeudamiento y la formación de burbujas sean más difíciles en el futuro.
"Pero la guerra ya se perdió", analiza Guillermo Calvo, de la Universidad de Columbia, relación con el objetivo de la nueva normativa. "El sistema financiero sabrá darle la vuelta a cualquier regulación, aunque a corto plazo pueda ser efectiva [en gran parte porque el sistema financiero se autoanula durante la crisis]", vaticina. "Pasada la crisis, veremos nuevos productos que sorprenderán a los reguladores. Seguro".
Los analistas prevén también algunos cambios en el estatus de los bancos centrales. "Han ido siempre a remolque", ataca un analista de Merrill Lynch. "El Banco Central Europeo ha tenido que actuar menos porque la fuente principal de problemas estaba en Estados Unidos, pero ha tomado varias medidas equivocadas, en sentido contrario al que necesitaban los mercados. Y la Reserva Federal ha dado mensajes contradictorios, no puede dar lecciones de riesgo moral con la sucesión de rescates financieros", añade.
No es probable que ni el BCE ni la Fed cambien sus mandatos -centrado en la inflación en el caso europeo, y en inflación y crecimiento en el estadounidense-, pero los economistas reclaman más flexibilidad en su aplicación. "Europa tiene la recesión encima y el BCE sigue siendo inflexible", concluye Lachman. -
La crisis de Wall Street cambia el orden de las finanzas mundiales y provoca la mayor intervención estatal desde la Gran Depresión
CLAUDI PÉREZ El País, 21/09/2008
El lugar que ocupaban las Torres Gemelas sigue teniendo un extraño aire fantasmagórico, sobrecogedor. Pero la zona cero de Nueva York se ha desplazado ahora 50 calles más arriba, a un par de manzanas de imponentes rascacielos que albergan las sedes de los grandes bancos de inversión, los reyezuelos de los últimos tiempos de dinero fácil, sueldos millonarios y excesos de todo tipo, y los villanos -y chocantes víctimas- del último capítulo del interminable thriller financiero que ha azotado los mercados con la fuerza devastadora de un huracán.
El problema ha acabado siendo de solvencia de todo el sistema
La metástasis financiera se está trasladando a la economía real
Esta crisis tiene un toque darwinista. Los más débiles ya han sido engullidos
La crisis que empezó comparándose con la de 2001 ha acabado trazando claros paralelismos con la Gran Depresión y sus uvas de la ira. El drama aún no ha terminado, pero tras una última semana vertiginosa empieza a enfilar hacia un camino más amable, menos doloroso, y el paisaje después de la batalla deja ese mismo aire fantasmagórico al pie del edificio de los otrora arrogantes y despiadados banqueros de Lehman Brothers, al cabo el gran cadáver de esta crisis. Y un par de lecciones importantes.
Uno: el sistema financiero no volverá a ser el mismo. "Se ganará menos dinero y se endurecerá la normativa bancaria... hasta que alguien invente la forma de saltársela", asegura el responsable de un fondo de alto riesgo con sede en Washington. Y dos: tras años de ultraliberalismo fundamentalista, los mercados constatan que el Gobierno -y la regulación- no es el problema, es la solución. La Administración de Bush ha salido al rescate con la mayor intervención pública sobre los mercados que se recuerda. Puede que mayor incluso que la posterior a la crisis de 1929. No es una novedad. Así ha sido siempre, en todas las crisis bancarias. Y esto no es el fin del mundo o el fin del capitalismo. Es una crisis bancaria de libro.
Los mercados no van dando pasos poco a poco hacia una crisis, sino que sencillamente se la encuentran, de sopetón. De repente, en agosto de 2007, el mundo descubre que el sistema financiero estadounidense concede hipotecas a gente que probablemente no puede pagarlas. Y que a través de un sofisticado entramado de ingeniería financiera, esas hipotecas se han extendido por el sistema financiero internacional, ávido de dinero fácil tras unos años de extraordinaria bonanza y tipos de interés por los suelos que han hinchado varias burbujas. Una vez que los precios de la vivienda empiezan a caer, las subprime -sin duda, la palabra financiera del año- empiezan a abrir un agujero en los balances de la banca internacional.
Al principio es sólo un problema de liquidez: los bancos ya no se fían de sí mismos y los bancos centrales tienen que inyectar fondos de forma masiva. Pero la confianza desaparece y van apareciendo los fantasmas: al final, la presión sobre las entidades financieras es tan insoportable que el problema acaba siendo de solvencia de todo el sistema. Además, la metástasis se ha extendido del sistema financiero a la economía real. La recesión planea sobre Estados Unidos, Europa y Japón. La globalización es para lo bueno y para lo malo, y ha llegado la hora de lo malo.
Tras unos meses de sustos bursátiles, de subida de los tipos de interés interbancarios, de un aumento de las primas de riesgo de las entidades financieras y de inusitados nervios para el cierre del ejercicio 2007, en marzo de este año llega el primer gran aviso: Estados Unidos tiene que salir al rescate de Bear Stearns, el quinto banco de inversión estadounidense, con un balance preñado de activos contaminados, que ya nadie compra. La Reserva Federal y el Tesoro orquestan un rescate que compromete fondos públicos y toman algunas medidas para intentar que no vuelva a ocurrir.
Pero no hay mercado interbancario, las Bolsas caen, las pérdidas se extienden, los bancos se ven obligados a captar capital y aun así no pueden contener la sangría en sus balances.
La sucesión de problemas, como en un círculo vicioso, va ampliando el agujero. Lejos de detenerse, los riesgos se multiplican a toda velocidad, hasta llegar a la semana de pasión.
A principios de septiembre, la Administración de Bush lanza un salvavidas multimillonario para impedir que se hundan dos gigantescas hipotecarias -Freddie Mac y Fannie Mae-, ante el más que probable riesgo de colapso inmobiliario. Después, deja caer a Lehman Brothers para demostrar que los mercados tienen que sanearse por sí mismos, que el Gobierno intenta trazar una frontera entre lo que debe y no debe hacer, y que no va a gastarse miles de millones de dólares en rescatar a todas las entidades que tengan problemas. Los acontecimientos se precipitan: llega la boda de penalti entre Merrill Lynch, otro de los grandes bancos de inversión, y Bank of America, tras captar el mensaje de que las autoridades no están dispuestas a acudir en su ayuda.
Son remilgos: inmediatamente después, la Administración de Bush se ve obligada a desandar ese camino para salvar AIG, la primera aseguradora del mundo, ante los riesgos de quiebra de todo el sistema.
La bola de nieve sigue creciendo, con ataques especulativos sobre los gigantes del sector financiero: Morgan Stanley, HBOS, Goldman Sachs, Washington Mutual, nombres que Wall Street reverencia y que de repente se han vuelto vulnerables. Llegan a sufrir en Bolsa caídas superiores al 40% en un solo día, caídas que recuerdan las que había padecido Lehman sólo una semana antes y que hacen temer un desenlace similar.
Los recortes de tipos de interés, las inyecciones masivas de fondos de los bancos centrales y los rescates millonarios de los últimos meses apenas han causado efecto. Son meros emplastos. Las Bolsas se hunden ante un panorama cada vez más preocupante.
Pero finalmente no llega la sangre al río. La tarde del jueves, la Administración de Bush da un golpe de teatro que se antoja definitivo e interviene en los mercados con mano de hierro al anunciar varias medidas espectaculares: anuncia los planes para crear una superagencia que adquiera los activos dañados por la banca, impide las compras especulativas -las apuestas a la baja- en Bolsa, toda una paradoja, y asegura fondos y depósitos ante el declive de la confianza de los consumidores, que temen seriamente por sus ahorros. Una intervención en toda regla para extirpar el tumor (las subprime y sus derivados), cerrar las puertas de la especulación contra los gigantes de Wall Street (los mismos que la alimentaron durante años) y, lo más difícil, restañar la confianza.
Faltan por definir los detalles del plan de rescate, pero hay algo que ya se sabe: el coste es incalculable. Cientos de miles de millones de dólares, se atreve a decir con la boca pequeña el secretario del Tesoro, Hank Paulson. "Estoy convencido de que esta valiente acción costará a las familias americanas mucho menos que la alternativa: una serie de continuas quiebras de instituciones financieras y unos mercados de crédito congelados e incapaces de financiar la expansión económica". Y todo eso a dos meses escasos de las elecciones presidenciales, con Barack Obama y John McCain opinando -no siempre con acierto- sobre el devenir de los acontecimientos.
Los mercados se recuperan con fuertes subidas a finales de semana. El índice Dow Jones convierte una sesión de pesadilla, la del jueves, en el mayor ascenso de los últimos seis años, después de que empiecen a difundirse las primeras noticias sobre el plan de rescate.
La euforia vuelve a un Wall Street más ciclotímico que nunca y se transmite a todas las Bolsas al día siguiente: de nuevo la globalización. Las aguas se tranquilizan. El show debe continuar, pero las consecuencias de este episodio de turbulencias se dejarán sentir durante mucho tiempo.
"Apasionante y terrorífico", así resume el influyente economista Paul Krugman el relato de los hechos de la última semana. El final de las turbulencias sólo se vislumbra cuando los políticos se han atrevido a "pensar a lo grande", opina. Aunque hay que ir con cuidado: Krugman suele decir que lo que parece una luz al final del túnel es sencillamente un tren de mercancías que se acerca a toda velocidad. El Nobel Joseph Stiglitz acusa a las instituciones financieras de "fracasar y correr hacia el Gobierno en busca de ayuda" y asegura que el derrumbe de Wall Street es lo que la caída del muro de Berlín fue al comunismo. "La peor crisis del siglo", apunta el ex presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan, la diana de las críticas más feroces -encabezadas por los citados Krugman y Stiglitz- por su política monetaria tras el 11 de septiembre de 2001, que a la postre incentivó lo que él mismo trataba de combatir, la "exuberancia irracional" de los mercados.
Los expertos consultados aventuran cambios en la banca, en la regulación e incluso en los hasta ahora intocables bancos centrales. Pero, sobre todo, aún se palpan las vestiduras después del pánico de los últimos días: "Como tamaño del shock, ésta es la crisis financiera más grande desde la Gran Depresión. Afortunadamente, lo que es muy distinto es el impacto sobre la economía real, que ha sido relativamente menor. Esto se debe tanto a un sistema financiero mucho más robusto que el de esa época, como a una respuesta de política económica mucho más agresiva de parte de Estados Unidos", explica desde Boston Ricardo Caballero, del Massachussets Institute of Technology.
A la banca le espera una dura travesía del desierto. "Vamos hacia un mundo sin bancos de inversión independientes", asegura Keith Wade, economista jefe de Schroders. "Más transparencia, menos riesgo y menos, muchos menos beneficios para los bancos", según los analistas de Goldman Sachs. Y, muy probablemente, menos instituciones: las crisis tienen un toque darwinista, y las entidades más débiles ya están siendo engullidas por las que han resistido mejor los embates de las turbulencias.
En definitiva, los expertos esperan una vuelta al sistema bancario de los años sesenta, en la que las instituciones más tradicionales, más alejadas de la ingeniería financiera, tienen las de ganar. Bank of America, Deutsche Bank o Banco Santander, bancos universales con más capital y que recurren menos al endeudamiento que las estrellas del sector en los últimos años, afilan los colmillos ante el previsible alud de fusiones en el sector.
"Nadie duda de que Wall Street tiene suficiente capacidad como para adaptarse al nuevo entorno y seguir ganando dinero a espuertas, pero los controles van a reforzarse para evitar que esto se repita. El péndulo gira ahora hacia un menor riesgo, un menor endeudamiento, una mayor regulación, y quienes sufren son los que más se habían arriesgado y estaban más apalancados", señala desde Londres Antonio Villarroya, de Merrill Lynch. Vehículos como los hedge funds o los fondos de capital riesgo pueden vivir una nueva edad de oro una vez remita el huracán financiero.
La última semana negra en los mercados está llamada a facilitar cierta limpieza. Pero deja no pocos interrogantes sin respuesta. Los sueldos en Wall Street siguen ligados a los resultados a corto plazo: han rodado decenas de cabezas en las entidades financieras, pero los nuevos ejecutivos siguen ligando sus ingresos a los beneficios a corto plazo. En sólo tres meses, el nuevo consejero delegado de AIG, Robert Willumstad, puede meterse en el bolsillo siete millones de euros. La aseguradora que dirige sigue funcionando, es cierto. Pero sólo por el salvavidas del Gobierno estadounidense, que ha inyectado 85.000 millones de euros en su rescate.
Hay otras complicaciones difíciles de resolver. La combinación de los enormes incrementos en el precio de la vivienda con el impacto de las innovaciones financieras a través de titulizaciones hipotecarias y los altos niveles de endeudamiento de los hogares han hecho a las economías de EE UU, el Reino Unido o España extremadamente vulnerables a la corrección del mercado inmobiliario.
Este serio aprieto es el resultado de una serie de graves errores: los bajos tipos, la burbuja de precios y el excesivo apetito por el riesgo han convertido a muchos consumidores en especuladores con un alto grado de endeudamiento en un activo fijo que domina la mayoría de las carteras y reduce la movilidad personal; una buena parte del sistema financiero se ha hecho dependiente también de esta actividad. El Gobierno de Bush ha dado el primer paso y ha salvado de la quema al sistema financiero. Pero no acaba de verse la salida del pinchazo inmobiliario. "La recuperación va a ser lenta, dura, y esas economías van a sufrir mucho mientras no se recupere la vivienda: son el equivalente a las entidades financieras que estaban más endeudadas y que han pasado verdaderos apuros", aseguran fuentes financieras en Washington.
El mercado no perdona a nadie. Y la crisis tendrá marcadas consecuencias incluso en el plano ideológico. Los últimos episodios de turbulencias se centraron en países emergentes, pero esta vez el origen y el desarrollo de la crisis se produce en el epicentro del sistema, el sector financiero estadounidense.
La paradoja es que después de los sermones sobre el libre mercado, ha sido el republicano George W. Bush el encargado de poner en pie los mercados con un intervencionismo casi sin precedentes. Pese a los excesos del fundamentalismo neoliberal de los últimos años, Washington tiene una larga historia de ayudas financieras al sector privado cuando el riesgo económico o político de una quiebra empresarial parecía demasiado alto. Sin ir más lejos, la salvación del sistema de las savings and loans (cajas de ahorros) estadounidenses llegó a finales de los ochenta, tras la revolución neoliberal de Reagan. La historia se repite. Una y otra vez.
Dos continentes, dos pesadillas
Estados Unidos tiene pesadillas con la Gran Depresión de los años treinta. Europa, con la hiperinflación alemana posterior a la Segunda Guerra Mundial. Y el activismo político de los Gobiernos y los bancos centrales en la gestión de la última crisis del capitalismo refleja ese tortuoso pasado.
El coste del ambicioso plan de rescate puesto en marcha por la Administración de George W. Bush oscilará entre el billón y los dos billones de dólares -entre el 7% y el 14% del PIB estadounidense, nada menos-, según el economista Kenneth Rogoff. Los rescates de bancos multimillonarios, las inyecciones de capital en el sistema financiero, el plan de estímulo fiscal y el último arreón intervencionista dan cuenta "de la mayor flexibilidad de Estados Unidos para lidiar con la crisis", argumenta Desmond Lachamn, del American Enterprise Institute, un think tank conservador con gran influencia en Washington.
En Europa, apenas nada: sólo en España ha habido un plan de estímulo fiscal, y además muy discutido por los economistas. El siguiente paso será una vuelta de tuerca a la regulación financiera para que los excesos del dinero fácil, el sobreendeudamiento y la formación de burbujas sean más difíciles en el futuro.
"Pero la guerra ya se perdió", analiza Guillermo Calvo, de la Universidad de Columbia, relación con el objetivo de la nueva normativa. "El sistema financiero sabrá darle la vuelta a cualquier regulación, aunque a corto plazo pueda ser efectiva [en gran parte porque el sistema financiero se autoanula durante la crisis]", vaticina. "Pasada la crisis, veremos nuevos productos que sorprenderán a los reguladores. Seguro".
Los analistas prevén también algunos cambios en el estatus de los bancos centrales. "Han ido siempre a remolque", ataca un analista de Merrill Lynch. "El Banco Central Europeo ha tenido que actuar menos porque la fuente principal de problemas estaba en Estados Unidos, pero ha tomado varias medidas equivocadas, en sentido contrario al que necesitaban los mercados. Y la Reserva Federal ha dado mensajes contradictorios, no puede dar lecciones de riesgo moral con la sucesión de rescates financieros", añade.
No es probable que ni el BCE ni la Fed cambien sus mandatos -centrado en la inflación en el caso europeo, y en inflación y crecimiento en el estadounidense-, pero los economistas reclaman más flexibilidad en su aplicación. "Europa tiene la recesión encima y el BCE sigue siendo inflexible", concluye Lachman. -
Hipocresía estadounidense
MOISÉS NAÍM
Auditando la hipocresía
MOISÉS NAÍM El País, 21/09/2008
"Pedimos al Gobierno estadounidense que tome las medidas necesarias para detener el salvamento ilegal que Corea del Sur está haciendo en la empresa Hyundai Electronics y que haga todo lo que esté a su alcance para que las consecuencias de este rescate sean neutralizadas o revertidas". Así reza parte de la resolución que un grupo de senadores estadounidenses introdujo en 2001 cuando el Gobierno surcoreano salvó a Hyundai Electronics de la bancarrota. Hace poco, el Senado estadounidense aprobó una inyección masiva de fondos públicos para rescatar a Fannie Mae y Freddie Mac, dos empresas financieras, le dio 85.000 millones de dólares a AIG, una empresa de seguros, y una inimaginable y aún indeterminada cantidad a otros bancos para que no quiebren. Los parlamentarios de Corea del Sur aún no han condenado estos hechos. ¿Qué tendrán AIG o cualquiera de las empresas rescatadas que no tiene Hyundai?
El Gobierno estadounidense tiene una larga historia de contradicciones entre lo que dice afuera y hace adentro. Es el Gobierno, por ejemplo, que no tiene inconvenientes en presionar a la Unión Europea para que admita a Turquía como país miembro (lo cual otorgaría el derecho a millones de turcos de viajar libremente por Europa) al mismo tiempo que construye una valla antiinmigrantes de 1.400 kilómetros en su frontera con México. También es el que presiona a los países africanos devastados por el sida para que se abstengan de comprar medicinas antivirales genéricas, que son menos costosas, alegando que la propiedad intelectual es sagrada. Sin embargo, cuando se vio amenazado por un posible ataque de ántrax, el Gobierno estadounidense no dudo en notificarle a Bayer que o bajaba los precios de Cipro, su droga contra el ántrax, o compraría la versión genérica.
Los estadounidenses suelen explicar estas contracciones insistiendo en que el mundo es volátil y complejo y que es imposible formular una política rígida que sea aplicable en todas las situaciones. Pura hipocresía y manipulación, responden los críticos antinorteamericanos. Las contradicciones no son sino un truco más de los muchos que usa la superpotencia para hacer lo que le conviene. El ejemplo mas comúnmente usado por los críticos para mostrar la hipocresía de los EE UU es su alianza con regímenes autoritarios como el de Arabia Saudí o Egipto, al mismo tiempo que proclama su compromiso con la libertad y la promoción de la democracia.
Los apologistas estadounidenses explican que toda superpotencia debe promover y defender múltiples intereses a la vez y que es inevitable que algunos sean contradictorios. Es cierto, dicen, EE UU tiene una dependencia crítica del petróleo saudí. Pero, ¿por qué debe esa alianza impedir que la superpotencia presione a los tiranos de Myanmar para que dejen de oprimir a su pueblo? Los críticos también ponen como ejemplo de la hipocresía estadounidense su apoyo al programa nuclear de la India, a la vez que trata de impedir que Irán desarrolle uno igual. No es lo mismo, responden indignados los estadounidenses: la India, además de ser la mayor democracia del mundo, nunca ha dicho que tiene como objetivo hacer desaparecer del mapa a un país vecino, ni arma y financia grupos terroristas. Los gobernantes de Irán no dejan duda de sus intenciones con respecto a Israel o de su apoyo a grupos armados que operan en otros países.
Ésta es una controversia antigua y que no se va acabar pronto. Pero algunas cosas están cambiando. Las encuestas revelan que la población estadounidense está más consciente que nunca de lo dañado que está el prestigio de su país en el mundo y quiere que se haga algo al respecto.
Y algo que podría hacer el próximo presidente de los Estados Unidos es pedir una auditoría de todas las contradicciones que hay en las políticas internacionales de su país. El resultado será una lista larga y complicada. Algunas de las contradicciones serán embarazosas y, por ahora, imposibles de resolver (la alianza con Arabia Saudí y la promoción de la democracia, por ejemplo). Pero otras destacarán por su obsolescencia y porque el costo que tienen en términos de desprestigio mundial es injustificable. Un país que tiene tan buenas relaciones con Vietnam no puede justificar mantener el embargo a Cuba, por ejemplo. Eliminar (unilateralmente y sin condiciones) el embargo a Cuba no va a acallar a los antiamericanos. Pero les va a quitar un poderoso argumento.
Y como ésta hay otras contradicciones en la manera como EE UU se relaciona con el resto del mundo que se pueden eliminar. Y eso sería bueno para todos. Menos para los críticos de EE UU.
mnaim@elpais.es
Auditando la hipocresía
MOISÉS NAÍM El País, 21/09/2008
"Pedimos al Gobierno estadounidense que tome las medidas necesarias para detener el salvamento ilegal que Corea del Sur está haciendo en la empresa Hyundai Electronics y que haga todo lo que esté a su alcance para que las consecuencias de este rescate sean neutralizadas o revertidas". Así reza parte de la resolución que un grupo de senadores estadounidenses introdujo en 2001 cuando el Gobierno surcoreano salvó a Hyundai Electronics de la bancarrota. Hace poco, el Senado estadounidense aprobó una inyección masiva de fondos públicos para rescatar a Fannie Mae y Freddie Mac, dos empresas financieras, le dio 85.000 millones de dólares a AIG, una empresa de seguros, y una inimaginable y aún indeterminada cantidad a otros bancos para que no quiebren. Los parlamentarios de Corea del Sur aún no han condenado estos hechos. ¿Qué tendrán AIG o cualquiera de las empresas rescatadas que no tiene Hyundai?
El Gobierno estadounidense tiene una larga historia de contradicciones entre lo que dice afuera y hace adentro. Es el Gobierno, por ejemplo, que no tiene inconvenientes en presionar a la Unión Europea para que admita a Turquía como país miembro (lo cual otorgaría el derecho a millones de turcos de viajar libremente por Europa) al mismo tiempo que construye una valla antiinmigrantes de 1.400 kilómetros en su frontera con México. También es el que presiona a los países africanos devastados por el sida para que se abstengan de comprar medicinas antivirales genéricas, que son menos costosas, alegando que la propiedad intelectual es sagrada. Sin embargo, cuando se vio amenazado por un posible ataque de ántrax, el Gobierno estadounidense no dudo en notificarle a Bayer que o bajaba los precios de Cipro, su droga contra el ántrax, o compraría la versión genérica.
Los estadounidenses suelen explicar estas contracciones insistiendo en que el mundo es volátil y complejo y que es imposible formular una política rígida que sea aplicable en todas las situaciones. Pura hipocresía y manipulación, responden los críticos antinorteamericanos. Las contradicciones no son sino un truco más de los muchos que usa la superpotencia para hacer lo que le conviene. El ejemplo mas comúnmente usado por los críticos para mostrar la hipocresía de los EE UU es su alianza con regímenes autoritarios como el de Arabia Saudí o Egipto, al mismo tiempo que proclama su compromiso con la libertad y la promoción de la democracia.
Los apologistas estadounidenses explican que toda superpotencia debe promover y defender múltiples intereses a la vez y que es inevitable que algunos sean contradictorios. Es cierto, dicen, EE UU tiene una dependencia crítica del petróleo saudí. Pero, ¿por qué debe esa alianza impedir que la superpotencia presione a los tiranos de Myanmar para que dejen de oprimir a su pueblo? Los críticos también ponen como ejemplo de la hipocresía estadounidense su apoyo al programa nuclear de la India, a la vez que trata de impedir que Irán desarrolle uno igual. No es lo mismo, responden indignados los estadounidenses: la India, además de ser la mayor democracia del mundo, nunca ha dicho que tiene como objetivo hacer desaparecer del mapa a un país vecino, ni arma y financia grupos terroristas. Los gobernantes de Irán no dejan duda de sus intenciones con respecto a Israel o de su apoyo a grupos armados que operan en otros países.
Ésta es una controversia antigua y que no se va acabar pronto. Pero algunas cosas están cambiando. Las encuestas revelan que la población estadounidense está más consciente que nunca de lo dañado que está el prestigio de su país en el mundo y quiere que se haga algo al respecto.
Y algo que podría hacer el próximo presidente de los Estados Unidos es pedir una auditoría de todas las contradicciones que hay en las políticas internacionales de su país. El resultado será una lista larga y complicada. Algunas de las contradicciones serán embarazosas y, por ahora, imposibles de resolver (la alianza con Arabia Saudí y la promoción de la democracia, por ejemplo). Pero otras destacarán por su obsolescencia y porque el costo que tienen en términos de desprestigio mundial es injustificable. Un país que tiene tan buenas relaciones con Vietnam no puede justificar mantener el embargo a Cuba, por ejemplo. Eliminar (unilateralmente y sin condiciones) el embargo a Cuba no va a acallar a los antiamericanos. Pero les va a quitar un poderoso argumento.
Y como ésta hay otras contradicciones en la manera como EE UU se relaciona con el resto del mundo que se pueden eliminar. Y eso sería bueno para todos. Menos para los críticos de EE UU.
mnaim@elpais.es
Meretrices de lujo
VALÉRIE TASSO ENSEÑÓ LOS SECRETOS A MERCÈ LLORENS
Aprendiendo a pasar por una prostituta de lujo
Actualizado domingo 21/09/2008 03:47
EDUARDO FERNÁNDEZ
MADRID.- "Lo más importante es la discreción, el vestir bien, no preguntar demasiado, no llamar la atención, no caer en el estereotipo de mujer hipermaquillada, ser capaz de tener todas las conversaciones del mundo sin pestañear...". La clase ha comenzado. ¿Pero de qué? Mercè Llorens hace las veces de aprendiz; Valérie Tasso, de maestra. Una es la protagonista de '700 euros, diario de una call girl'; la otra, ofreció durante años "un talento sexual a cambio de dinero". La prostitución de lujo es la asignatura.
A dos días de que concluya la serie de Antena 3, la actriz se examina junto a su profesora de los conocimientos transmitidos antes de las grabaciones. Las alfombras del hotel Westin-Palace amortiguan los golpes de sus tacones y, para añadir glamour y sensualidad, se comunican en francés.
Cuando Tasso conoció a Llorens pensó: "Es la chica ideal". "Puede pasar perfectamente por la estudiante de cuarto curso o por una alta ejecutiva. Tiene un principio de ingenuidad que yo creo que es un poco falso", resume sonriente mientras su mirada la recorre. De eso se trata: de ser y no parecer, de "misterio". Llorens no olvidará nunca la primera lección de Tasso: "Siempre la justa distancia: no te acerques demasiado, que pincho. Pero no te vayas lejos, porque soy el animal más bello. Compórtate como un erizo", repasan acompasadas.
Las calificaciones de la audiencia (17,1% de share en su último capítulo emitido) demuestran que Llorens ha sido aplicada en su papel de Luna, una chica de pueblo ingenua e inocente que llega a la capital y acaba prostituyéndose para pagar una operación ajena a vida o muerte.
En su primera toma de contacto con la prostitución de lujo tuvo alguna sorpresa: "Cuando quieres ofrecer una calidad y un nivel que la gente va a pagar, tienes que ultimar todos los detalles: tus uñas, tu cuerpo, tu cultura, tu información...". No sólo es una cuestión corpórea, como aclara Tasso: "Hay que estar al tanto de la Bolsa, de la Liga de fútbol... Si hablas idiomas, mucho mejor". Sus 'mandamientos' desconocen los límites:
–No digas nunca que acabas de llegar de otro servicio. No digas nunca que tienes muchos clientes. No utilices nunca vaselina, porque está hecha a base de aceite y eso daña los preservativos. Usa glicerina. –¿Por qué entró en la prostitución de lujo?–Para conocerme a mí misma. Poca gente se ha atrevido a decir esto.
Sexóloga, escritora y ex prostituta, Tasso ve en la salida al mercado de su libro Diario de una ninfómana (2003) la mecha que ha activado el boom de las series sobre prostitución. "'Sin tetas no hay paraíso' me suena a cierto proselitismo de la cirugía plástica mamaria. Cuando vi el título, me eché a reír a carcajadas", asegura, poco antes de rememorar el punto de partida de sus confesiones: "Me estaba jugando el pellejo, mi prestigio y todos mis amigos, que, por cierto, han desaparecido". Pero el suyo es un caso intransferible, alejado de la reprobable prostitución forzada, como subraya a las jóvenes que le piden consejo vía mail.
Llorens pone como ejemplo '700 euros', en la que "hay personajes que han entrado por necesidad, otros por maltrato, otro porque antes lo era su madre, otro por gusto...". Sin embargo, Tasso establece rigurosas diferencias, y puede clamar más alto, pero no más claro: "Cuando las feministas equiparan la prostitución con la violencia de género, da la sensación de que nos están intentando restar a otras mujeres la libertad individual por la que ellas han estado luchando toda la vida".
La solución, entonces, ¿pasa por la legalización? "Tenemos que hacer una rehabilitación moral. Si se legaliza, solamente señalaremos a la prostituta y diremos 'mira, una puta que paga sus impuestos'", recuerda Tasso. Su alumna aventajada le da una respuesta de sobresaliente: "Hace falta muchísima educación sexual. He ido a 17 escuelas en mi infancia y prácticamente en ninguna me han enseñado nada".
Habrá que recurrir a la tele o al saco sin fondo de internet, pensarán algunos. Tasso no da el aprobado: "Los medios sólo hacen prevención, didáctica y espectáculo. Nunca se habla de los beneficios del sexo". Tampoco tiene problema en tratar los beneficios económicos: "700 euros una hora; 3.000, toda la noche". Llorens reconoce la cuantía del negocio: "Ya me gustaría a mí cobrar 700 euros".
A Luna le queda sólo un episodio para hacer caja y, por supuesto, arreglar su descorazonadora historia, aunque será Thalía quien dé la cara. "Es su nombre de profesión", aclara Llorens. "De guerra", la corrige Tasso. Thalía pasa desapercibida, mantiene el misterio y cuida su vestimenta al milímetro. Ha tenido una buena fuente. "Y nunca lleva 'jeans'", revela Llorens. "A no ser que el cliente lo pida", puntualiza su maestra.
Aprendiendo a pasar por una prostituta de lujo
Actualizado domingo 21/09/2008 03:47
EDUARDO FERNÁNDEZ
MADRID.- "Lo más importante es la discreción, el vestir bien, no preguntar demasiado, no llamar la atención, no caer en el estereotipo de mujer hipermaquillada, ser capaz de tener todas las conversaciones del mundo sin pestañear...". La clase ha comenzado. ¿Pero de qué? Mercè Llorens hace las veces de aprendiz; Valérie Tasso, de maestra. Una es la protagonista de '700 euros, diario de una call girl'; la otra, ofreció durante años "un talento sexual a cambio de dinero". La prostitución de lujo es la asignatura.
A dos días de que concluya la serie de Antena 3, la actriz se examina junto a su profesora de los conocimientos transmitidos antes de las grabaciones. Las alfombras del hotel Westin-Palace amortiguan los golpes de sus tacones y, para añadir glamour y sensualidad, se comunican en francés.
Cuando Tasso conoció a Llorens pensó: "Es la chica ideal". "Puede pasar perfectamente por la estudiante de cuarto curso o por una alta ejecutiva. Tiene un principio de ingenuidad que yo creo que es un poco falso", resume sonriente mientras su mirada la recorre. De eso se trata: de ser y no parecer, de "misterio". Llorens no olvidará nunca la primera lección de Tasso: "Siempre la justa distancia: no te acerques demasiado, que pincho. Pero no te vayas lejos, porque soy el animal más bello. Compórtate como un erizo", repasan acompasadas.
Las calificaciones de la audiencia (17,1% de share en su último capítulo emitido) demuestran que Llorens ha sido aplicada en su papel de Luna, una chica de pueblo ingenua e inocente que llega a la capital y acaba prostituyéndose para pagar una operación ajena a vida o muerte.
En su primera toma de contacto con la prostitución de lujo tuvo alguna sorpresa: "Cuando quieres ofrecer una calidad y un nivel que la gente va a pagar, tienes que ultimar todos los detalles: tus uñas, tu cuerpo, tu cultura, tu información...". No sólo es una cuestión corpórea, como aclara Tasso: "Hay que estar al tanto de la Bolsa, de la Liga de fútbol... Si hablas idiomas, mucho mejor". Sus 'mandamientos' desconocen los límites:
–No digas nunca que acabas de llegar de otro servicio. No digas nunca que tienes muchos clientes. No utilices nunca vaselina, porque está hecha a base de aceite y eso daña los preservativos. Usa glicerina. –¿Por qué entró en la prostitución de lujo?–Para conocerme a mí misma. Poca gente se ha atrevido a decir esto.
Sexóloga, escritora y ex prostituta, Tasso ve en la salida al mercado de su libro Diario de una ninfómana (2003) la mecha que ha activado el boom de las series sobre prostitución. "'Sin tetas no hay paraíso' me suena a cierto proselitismo de la cirugía plástica mamaria. Cuando vi el título, me eché a reír a carcajadas", asegura, poco antes de rememorar el punto de partida de sus confesiones: "Me estaba jugando el pellejo, mi prestigio y todos mis amigos, que, por cierto, han desaparecido". Pero el suyo es un caso intransferible, alejado de la reprobable prostitución forzada, como subraya a las jóvenes que le piden consejo vía mail.
Llorens pone como ejemplo '700 euros', en la que "hay personajes que han entrado por necesidad, otros por maltrato, otro porque antes lo era su madre, otro por gusto...". Sin embargo, Tasso establece rigurosas diferencias, y puede clamar más alto, pero no más claro: "Cuando las feministas equiparan la prostitución con la violencia de género, da la sensación de que nos están intentando restar a otras mujeres la libertad individual por la que ellas han estado luchando toda la vida".
La solución, entonces, ¿pasa por la legalización? "Tenemos que hacer una rehabilitación moral. Si se legaliza, solamente señalaremos a la prostituta y diremos 'mira, una puta que paga sus impuestos'", recuerda Tasso. Su alumna aventajada le da una respuesta de sobresaliente: "Hace falta muchísima educación sexual. He ido a 17 escuelas en mi infancia y prácticamente en ninguna me han enseñado nada".
Habrá que recurrir a la tele o al saco sin fondo de internet, pensarán algunos. Tasso no da el aprobado: "Los medios sólo hacen prevención, didáctica y espectáculo. Nunca se habla de los beneficios del sexo". Tampoco tiene problema en tratar los beneficios económicos: "700 euros una hora; 3.000, toda la noche". Llorens reconoce la cuantía del negocio: "Ya me gustaría a mí cobrar 700 euros".
A Luna le queda sólo un episodio para hacer caja y, por supuesto, arreglar su descorazonadora historia, aunque será Thalía quien dé la cara. "Es su nombre de profesión", aclara Llorens. "De guerra", la corrige Tasso. Thalía pasa desapercibida, mantiene el misterio y cuida su vestimenta al milímetro. Ha tenido una buena fuente. "Y nunca lleva 'jeans'", revela Llorens. "A no ser que el cliente lo pida", puntualiza su maestra.
Los amores del cardenal Newman
Los amores del cardenal Newman
Activistas gays blanden una carta del famoso prelado inglés sobre un "amado" compañero para frenar su exhumación y beatificación
JUAN G. BEDOYA El País, 20/09/2008
La orden de Benedicto XVI de remover la tumba del cardenal inglés John Henry Newman, uno de sus guías intelectuales, para agilizar la beatificación del famoso prelado, ha levantado gran escándalo en el orbe católico por el lado que menos se esperaba: el sexo. "El cardenal Newman era homosexual", proclaman los activistas gays británicos. Usan para ello la oración fúnebre que dedicó a su colaborador, el padre Ambrose St. John, 15 años más joven que él, fallecido en 1875. Vivieron juntos 30 años. El cardenal le sobrevivió otros 15 y pidió ser enterrado en la misma tumba que Ambrose, al que "había amado con un amor tan fuerte como el de un hombre por una mujer". Son sus propias palabras.
Pidió ser enterrado con Ambrose, al que "había amado con un amor tan fuerte como el de un hombre por una mujer"
Peter Thatchell, activista de los derechos de los homosexuales británicos, interpreta ese pasaje como una "salida del armario". Ve la misma intención en la inscripción que hay sobre la tumba del cardenal y su amigo en Rednall, un pueblo del centro de Inglaterra. "Ex umbris et imaginibus in Veritatem" ("De las sombras y de las imágenes hacia la Verdad", dice el epitafio).
Los activistas gays pretenden que los miembros del clero y los políticos reconozcan sus tendencias sexuales. La bandera del cardenal Newman es imponente para ese empeño, por el impacto universal de su figura. Si Benedicto XVI culmina el proceso canónico, John Henry Newman, el más ilustre de los conversos ingleses, será el primer santo católico de ese país procedente del anglicanismo. Pero los pasos previos están siendo procelosos. Roma necesita la autorización del Gobierno británico para trasladar la famosa sepultura desde Rednall hasta la basílica de Birmingham. La intención es que los peregrinos veneren al beato en un lugar apropiado. La vieja ciudad industrial ya sueña con masivas incursiones turísticas, como un Lourdes a la inglesa.
"Esta profanación viola la voluntad expresa del cardenal de ser enterrado al lado de su amante. La Iglesia católica, que odia a los homosexuales, quiere ocultar el hecho de que su futuro santo fuera homosexual. No sé si tuvieron relaciones sexuales, pero vivieron juntos y se amaron", protesta Thatchell. La polémica es espinosa, pero vieja. El afeminamiento de Newman y sus amistades íntimas fueron comidilla de maledicentes en su época. Tampoco es la primera vez que se escribe sobre el asunto.
El diario católico Church Times ha preguntado a sus lectores, agobiado por el miedo al lobby gay, implacable en este tipo de batallas. Sólo el 20% de los que respondieron aprueba la decisión del episcopado. El Times califica la campaña de Thatchell de "violación póstuma de un alma sensible por otra salvaje". Otros periódicos condenan la tendencia de la comunidad gay a apropiarse de los héroes de la historia británica: ayer, el general Bernard Law Montgomery o Benjamin Disraeli, primer ministro de la reina Victoria; hoy, Newman. La polémica ha saltado el canal de la Mancha, con igual virulencia. "Mgr. Newman était-il gay? Shocking!" ("¿Era monseñor Newman gay? ¡Muy fuerte!"), titulaba su crónica el corresponsal en Londres de Le Monde, Marc Roche.
¿Por qué tanto revuelo en torno a un sermón, supuestamente equívoco, de un cardenal que murió hace 110 años a los 89 de edad? La respuesta está en la imponente personalidad de Newman, una de las grandes figuras del pensamiento anglicano y católico. Algunas de sus ideas sobre la libertad de pensamiento dentro de las Iglesias, o sobre la relación de fe y razón, se plasmaron en el Concilio Vaticano II (1962-1965).
Cuando Tony Blair, el ex primer ministro británico, acudió el año pasado a visitar al Papa para publicitar su sonada conversión al catolicismo, el líder laborista, anglicano de nacimiento, llevaba en su cartera tres retratos del cardenal Newman. Era su regalo a Benedicto XVI porque, como declaró Blair, el más celebre predicador inglés era "pensador y escritor preferido" del pontífice y teólogo Ratzinger.
Se acaba de documentar esa comunión intelectual en un libro en inglés titulado Benedict XVI and cardinal Newman, de Peter Jennings, con una selección de escritos del cardenal Ratzinger y del cardenal Newman. Éste publicó una treintena de libros, la mayoría traducidos al español. Su única novela, Calista, de 1855, apareció en castellano en 1949. También se han publicado en España los principales estudios sobre el prolífico eclesiástico, el último con el título La espiritualidad personal a la luz de J. H. Newman. Sanar la herida de la humanidad, del profesor de Teología en la Universidad de Oxford Ian Ker.
Oxford es, precisamente, el lugar desde el que el cardenal Newman irradió su magisterio durante décadas. Nacido en Londres en 1801, hijo de banqueros, estudió en esa selecta universidad, de la que fue también profesor. Allí se estrenó en 1825 como pastor de la Iglesia anglicana.
Sus primeros escritos y sermones, todavía como anglicano -la Iglesia nacional de Inglaterra tras la ruptura del rey Enrique VIII con Roma-, no anticipaban su conversión al catolicismo, que causó gran sensación en la época. Newman había liderado el llamado Movimiento de Oxford, creado con la intención de restituir a la Iglesia anglicana el derecho a considerarse parte de la Iglesia universal, como la católica y las ortodoxas, sin "romanizarla", pero remontándola a la tradición de los grandes padres y teólogos cristianos. El cardenal escribió en esa época algunas de sus grandes obras.
Pero sus propuestas reformistas, ya en plena fama, chocaban con las jerarquías de su confesión y en la Universidad de Oxford. En 1842 se retiró a estudiar y a meditar. El 9 de octubre de 1845 abrazó el catolicismo. Ese año publica su célebre Essay on development of Christian Doctrine, publicado en España en 1909 con el título Desenvolvimiento del dogma. También fundó la Universidad Católica de Dublín. En 1879 fue creado cardenal por León XIII. Juan Pablo II lo proclamo venerable (primer peldaño hacia la canonización) en 1991, previo reconocimiento de la "heroicidad de sus virtudes".
'Los amores del cardenal Newman' es un reportaje del suplemento 'Domingo'
Activistas gays blanden una carta del famoso prelado inglés sobre un "amado" compañero para frenar su exhumación y beatificación
JUAN G. BEDOYA El País, 20/09/2008
La orden de Benedicto XVI de remover la tumba del cardenal inglés John Henry Newman, uno de sus guías intelectuales, para agilizar la beatificación del famoso prelado, ha levantado gran escándalo en el orbe católico por el lado que menos se esperaba: el sexo. "El cardenal Newman era homosexual", proclaman los activistas gays británicos. Usan para ello la oración fúnebre que dedicó a su colaborador, el padre Ambrose St. John, 15 años más joven que él, fallecido en 1875. Vivieron juntos 30 años. El cardenal le sobrevivió otros 15 y pidió ser enterrado en la misma tumba que Ambrose, al que "había amado con un amor tan fuerte como el de un hombre por una mujer". Son sus propias palabras.
Pidió ser enterrado con Ambrose, al que "había amado con un amor tan fuerte como el de un hombre por una mujer"
Peter Thatchell, activista de los derechos de los homosexuales británicos, interpreta ese pasaje como una "salida del armario". Ve la misma intención en la inscripción que hay sobre la tumba del cardenal y su amigo en Rednall, un pueblo del centro de Inglaterra. "Ex umbris et imaginibus in Veritatem" ("De las sombras y de las imágenes hacia la Verdad", dice el epitafio).
Los activistas gays pretenden que los miembros del clero y los políticos reconozcan sus tendencias sexuales. La bandera del cardenal Newman es imponente para ese empeño, por el impacto universal de su figura. Si Benedicto XVI culmina el proceso canónico, John Henry Newman, el más ilustre de los conversos ingleses, será el primer santo católico de ese país procedente del anglicanismo. Pero los pasos previos están siendo procelosos. Roma necesita la autorización del Gobierno británico para trasladar la famosa sepultura desde Rednall hasta la basílica de Birmingham. La intención es que los peregrinos veneren al beato en un lugar apropiado. La vieja ciudad industrial ya sueña con masivas incursiones turísticas, como un Lourdes a la inglesa.
"Esta profanación viola la voluntad expresa del cardenal de ser enterrado al lado de su amante. La Iglesia católica, que odia a los homosexuales, quiere ocultar el hecho de que su futuro santo fuera homosexual. No sé si tuvieron relaciones sexuales, pero vivieron juntos y se amaron", protesta Thatchell. La polémica es espinosa, pero vieja. El afeminamiento de Newman y sus amistades íntimas fueron comidilla de maledicentes en su época. Tampoco es la primera vez que se escribe sobre el asunto.
El diario católico Church Times ha preguntado a sus lectores, agobiado por el miedo al lobby gay, implacable en este tipo de batallas. Sólo el 20% de los que respondieron aprueba la decisión del episcopado. El Times califica la campaña de Thatchell de "violación póstuma de un alma sensible por otra salvaje". Otros periódicos condenan la tendencia de la comunidad gay a apropiarse de los héroes de la historia británica: ayer, el general Bernard Law Montgomery o Benjamin Disraeli, primer ministro de la reina Victoria; hoy, Newman. La polémica ha saltado el canal de la Mancha, con igual virulencia. "Mgr. Newman était-il gay? Shocking!" ("¿Era monseñor Newman gay? ¡Muy fuerte!"), titulaba su crónica el corresponsal en Londres de Le Monde, Marc Roche.
¿Por qué tanto revuelo en torno a un sermón, supuestamente equívoco, de un cardenal que murió hace 110 años a los 89 de edad? La respuesta está en la imponente personalidad de Newman, una de las grandes figuras del pensamiento anglicano y católico. Algunas de sus ideas sobre la libertad de pensamiento dentro de las Iglesias, o sobre la relación de fe y razón, se plasmaron en el Concilio Vaticano II (1962-1965).
Cuando Tony Blair, el ex primer ministro británico, acudió el año pasado a visitar al Papa para publicitar su sonada conversión al catolicismo, el líder laborista, anglicano de nacimiento, llevaba en su cartera tres retratos del cardenal Newman. Era su regalo a Benedicto XVI porque, como declaró Blair, el más celebre predicador inglés era "pensador y escritor preferido" del pontífice y teólogo Ratzinger.
Se acaba de documentar esa comunión intelectual en un libro en inglés titulado Benedict XVI and cardinal Newman, de Peter Jennings, con una selección de escritos del cardenal Ratzinger y del cardenal Newman. Éste publicó una treintena de libros, la mayoría traducidos al español. Su única novela, Calista, de 1855, apareció en castellano en 1949. También se han publicado en España los principales estudios sobre el prolífico eclesiástico, el último con el título La espiritualidad personal a la luz de J. H. Newman. Sanar la herida de la humanidad, del profesor de Teología en la Universidad de Oxford Ian Ker.
Oxford es, precisamente, el lugar desde el que el cardenal Newman irradió su magisterio durante décadas. Nacido en Londres en 1801, hijo de banqueros, estudió en esa selecta universidad, de la que fue también profesor. Allí se estrenó en 1825 como pastor de la Iglesia anglicana.
Sus primeros escritos y sermones, todavía como anglicano -la Iglesia nacional de Inglaterra tras la ruptura del rey Enrique VIII con Roma-, no anticipaban su conversión al catolicismo, que causó gran sensación en la época. Newman había liderado el llamado Movimiento de Oxford, creado con la intención de restituir a la Iglesia anglicana el derecho a considerarse parte de la Iglesia universal, como la católica y las ortodoxas, sin "romanizarla", pero remontándola a la tradición de los grandes padres y teólogos cristianos. El cardenal escribió en esa época algunas de sus grandes obras.
Pero sus propuestas reformistas, ya en plena fama, chocaban con las jerarquías de su confesión y en la Universidad de Oxford. En 1842 se retiró a estudiar y a meditar. El 9 de octubre de 1845 abrazó el catolicismo. Ese año publica su célebre Essay on development of Christian Doctrine, publicado en España en 1909 con el título Desenvolvimiento del dogma. También fundó la Universidad Católica de Dublín. En 1879 fue creado cardenal por León XIII. Juan Pablo II lo proclamo venerable (primer peldaño hacia la canonización) en 1991, previo reconocimiento de la "heroicidad de sus virtudes".
'Los amores del cardenal Newman' es un reportaje del suplemento 'Domingo'
Jefes autoritarios
Adiós a los jefes autoritarios
La rigidez, la intolerancia y las broncas ya no sirven para gestionar a las personas. Es hora de evolucionar hacia un liderazgo más humano
BORJA VILASECA El País, 21/09/2008
Si es usted jefe, por favor, lea las líneas que siguen. Y hágalo lenta y detenidamente, aunque le moleste. Éste es el típico reportaje que puede terminar colgado en la pared más vistosa de su oficina, precisamente para que todo el mundo lo vea. Y seguro que no quiere ser el último en enterarse de que su manera de gestionar a los colaboradores puede ser errónea e incluso contraproducente para lograr los objetivos de su organización.
Además, en caso de encajar con el perfil de jefe autoritario y por muy desagradable que le resulte, no le va a quedar más remedio que atreverse a cambiar. Según los expertos en comportamiento organizacional, este estilo de liderazgo tiene los días contados. Lo cierto es que se viene diciendo desde hace tiempo: "El ordeno y mando, caracterizado por la rigidez, la intolerancia, la prepotencia y las broncas ya no sirve para dirigir", afirma Gonzalo Martínez de Miguel, director del Instituto de Formación Avanzada (Infova).
Si es usted jefe, regrese unos instantes al pasado e intente recordar su etapa de subordinado. Vuelva a ver cómo su rostro refleja ingenuidad y falta de experiencia. De todas las personas para las que ha trabajado, céntrese en la que haya sido más dura y autoritaria con usted. Ahora imagine la que podría ser una escena cotidiana de aquel entonces. Es lunes por la mañana. Está cansado. Últimamente no duerme bien porque tiene problemas en casa. Este fin de semana ha vuelto a discutir con su pareja y se siente algo decaído. Son cosas que pasan.
De pronto, irrumpe en la oficina su jefe -ése tan duro y autoritario- y se dirige con el ceño fruncido hacia usted. Y antes de que pueda decirle nada, comienza a gritarle. Aunque suele estar de mal humor, hoy parece realmente cabreado. Su jefe le critica severamente porque no ha empezado una tarea que, según él, ya debía haber terminado. Y lo hace de forma despectiva, tratándole sin respeto.
Tras soltarle una bronca de campeonato, usted intenta hacerle ver, aunque tímidamente, que lleva semanas sobrecargado de trabajo. Está saliendo cada día entre dos y cuatro horas más tarde de lo que estipula su contrato. Y este contratiempo está condicionando su vida personal, afectando directamente su relación de pareja. Y no sólo eso: nadie le está remunerando esas horas extra y, tal y como funcionan las cosas en su empresa, todo apunta a que nunca llegarán a compensarle por ello.
Antes de que su jefe se marche sin despedirse, intenta desesperadamente hacerle comprender que está haciendo todo lo que puede, que está agotado y que no da abasto. Pero su jefe no le escucha. Nunca lo hace. Tan sólo da órdenes, y casi siempre chillando. "Este tipo de jefes no suele dejar mucho margen para las explicaciones, lo que muestra una total indiferencia hacia sus colaboradores", sostiene Martínez de Miguel. "Para ellos sólo cuentan los resultados", añade. De ahí que "suelan obsesionarse porque el trabajo se haga como ellos dicen que debe hacerse. Y de ahí que crean, erróneamente, que las broncas son necesarias para corregir los errores de los colaboradores".
Respire hondo y haga una pausa. Le acaban de gritar. Inhale. Acaba de recordar cómo su jefe solía tratarle. Exhale. ¿Se siente bien? Sea sincero consigo mismo: ¿alguna bronca le ha motivado alguna vez a ser mejor profesional? ¿Le ha ayudado a ser más preciso y cometer menos errores? ¿Le ha inspirado a comprometerse un poquito más con su trabajo y con su empresa?
Si hace memoria, estará de acuerdo en que esta actitud nunca le beneficiaba. Más bien todo lo contrario. Así que, llegados a este punto, vayamos al grano: ¿por qué no escucha a sus colaboradores? ¿Por qué les echa broncas? ¿Por qué les trata sin respeto? A juicio de Martínez de Miguel, "estos jefes suelen centrar su foco de atención en el corto plazo, orientando su pensamiento y su conducta más hacia el cumplimiento de las tareas profesionales que en la relación duradera con las personas con las que trabaja".
Lo cierto es que "todavía hay muchos jefes que no se dan cuenta de que el ordeno y mando es una limitación que demuestra muy poca inteligencia emocional", afirma la coach Maite Barón, directora de Building Visionary Organisations. Una vez que el error se ha producido, "la bronca sólo sirve para agravar la situación, no para enmendarla".
Además, "el autoritarismo contribuye a resquebrajar el ambiente laboral, creando una cultura empresarial basada en el miedo a ser castigado, lo que incrementa la inseguridad y la desmotivación de los trabajadores". Para Barón, "lo más preocupante es que este nivel de inconsciencia en el que operan estos equipos directivos determina el nivel evolutivo que la organización y sus empleados pueden alcanzar".
Ahora mismo, el 15% de los trabajadores -más de tres millones de españoles- se siente quemado, según un informe de la Universidad de Alcalá de Henares. Y entre otras fuentes de tensión y preocupación laboral, el 49,8% de los asalariados -10 millones de españoles- señala la falta de apoyo por parte de sus superiores; el 46,9%, el exceso de presión para alcanzar los objetivos; el 45,4%, la sobrecarga sistemática de trabajo, y el 44,5%, la rigidez con la que el jefe les controla.
En opinión de Barón, "los jefes que echan broncas no se dan cuenta de la repercusión que tienen sus palabras y sus actos sobre los demás y, en consecuencia, sobre su organización". Además, "cuando gritan y se enfadan están mostrando su propia frustración de no saber ser líderes capaces de inspirar a sus colaboradores". Y lo dice porque "las broncas van acompañadas de rabia, ira, resentimiento y demás emociones negativas, que no sólo desgastan muchísimo mentalmente, sino que crean un daño emocional profundo en los demás".
Otro rasgo curioso de estos jefes es que "mientras pagan su mal humor con sus subordinados sin reprimirse lo más mínimo, suelen ser muy falsos, obedientes y sumisos con sus superiores", sostiene Barón. Fruto de esta situación, el 60% de los trabajadores -14 millones de españoles- "no confía en su jefe directo", y un tercio se queja de que "nunca escucha", según datos de la consultora Otto Walter.
Como consecuencia directa, la empresa española padece una pérdida progresiva de sus profesionales con más talento, manteniendo en sus filas a trabajadores de cuerpo presente pero de mente ausente. De hecho, el 46% de los empleados -10,5 millones de españoles- afirma no estar comprometido con su empresa, trabajando muy por debajo de sus posibilidades y capacidades, según datos de la consultora Towers Perrin. Otro 35% se muestra "parcialmente comprometido", con lo que sólo el 19% restante está "generando valor añadido".
Pero entonces, ¿por qué se sigue utilizando el autoritarismo? Por una mezcla entre herencia e inercia. "Estos jefes son un producto de la cultura de las empresas donde fueron educados o, mejor dicho, condicionados", explica Ernesto Póveda, director de la consultora de recursos humanos ICSA. De ahí que se diga que "dirigen según la vieja escuela".
Aunque el autoritarismo se ha venido utilizando a lo largo de las últimas décadas, "genera insatisfacción entre los trabajadores, atentando contra la salud de la empresa a medio plazo", insiste Póveda. Y dado el momento actual de crisis económica, "mantener a este tipo de dirigentes es un lujo que ninguna empresa puede permitirse". De ahí que esté "condenado a desaparecer". Se trata de "una simple cuestión de evolución y adaptación a la nueva conciencia y valores de la sociedad, que reclama otras condiciones laborales, empezando por la forma de ser tratados por sus jefes".
Paralelamente y gracias al auge del movimiento que abandera la Responsabilidad Social Empresarial (RSE), un nuevo liderazgo está emergiendo en el corazón de cada vez más empresas españolas. "La gestión ética y humanista es una consecuencia de la responsabilidad asumida por sus directivos, que están tomando conciencia de que es la única forma de promover negocios innovadores, productivos y realmente sostenibles", reflexiona Póveda.
"Ha llegado la hora de dejar de dar órdenes y de empezar a liderar". Más que nada porque "la verdadera autoridad no puede imponerse, sino que es un reconocimiento que se consigue al ganarse el respeto y la confianza de los colaboradores con un trato más humano y cercano", afirma Póveda. Y concluye: "El mejor momento para cambiar es ahora".
La rigidez, la intolerancia y las broncas ya no sirven para gestionar a las personas. Es hora de evolucionar hacia un liderazgo más humano
BORJA VILASECA El País, 21/09/2008
Si es usted jefe, por favor, lea las líneas que siguen. Y hágalo lenta y detenidamente, aunque le moleste. Éste es el típico reportaje que puede terminar colgado en la pared más vistosa de su oficina, precisamente para que todo el mundo lo vea. Y seguro que no quiere ser el último en enterarse de que su manera de gestionar a los colaboradores puede ser errónea e incluso contraproducente para lograr los objetivos de su organización.
Además, en caso de encajar con el perfil de jefe autoritario y por muy desagradable que le resulte, no le va a quedar más remedio que atreverse a cambiar. Según los expertos en comportamiento organizacional, este estilo de liderazgo tiene los días contados. Lo cierto es que se viene diciendo desde hace tiempo: "El ordeno y mando, caracterizado por la rigidez, la intolerancia, la prepotencia y las broncas ya no sirve para dirigir", afirma Gonzalo Martínez de Miguel, director del Instituto de Formación Avanzada (Infova).
Si es usted jefe, regrese unos instantes al pasado e intente recordar su etapa de subordinado. Vuelva a ver cómo su rostro refleja ingenuidad y falta de experiencia. De todas las personas para las que ha trabajado, céntrese en la que haya sido más dura y autoritaria con usted. Ahora imagine la que podría ser una escena cotidiana de aquel entonces. Es lunes por la mañana. Está cansado. Últimamente no duerme bien porque tiene problemas en casa. Este fin de semana ha vuelto a discutir con su pareja y se siente algo decaído. Son cosas que pasan.
De pronto, irrumpe en la oficina su jefe -ése tan duro y autoritario- y se dirige con el ceño fruncido hacia usted. Y antes de que pueda decirle nada, comienza a gritarle. Aunque suele estar de mal humor, hoy parece realmente cabreado. Su jefe le critica severamente porque no ha empezado una tarea que, según él, ya debía haber terminado. Y lo hace de forma despectiva, tratándole sin respeto.
Tras soltarle una bronca de campeonato, usted intenta hacerle ver, aunque tímidamente, que lleva semanas sobrecargado de trabajo. Está saliendo cada día entre dos y cuatro horas más tarde de lo que estipula su contrato. Y este contratiempo está condicionando su vida personal, afectando directamente su relación de pareja. Y no sólo eso: nadie le está remunerando esas horas extra y, tal y como funcionan las cosas en su empresa, todo apunta a que nunca llegarán a compensarle por ello.
Antes de que su jefe se marche sin despedirse, intenta desesperadamente hacerle comprender que está haciendo todo lo que puede, que está agotado y que no da abasto. Pero su jefe no le escucha. Nunca lo hace. Tan sólo da órdenes, y casi siempre chillando. "Este tipo de jefes no suele dejar mucho margen para las explicaciones, lo que muestra una total indiferencia hacia sus colaboradores", sostiene Martínez de Miguel. "Para ellos sólo cuentan los resultados", añade. De ahí que "suelan obsesionarse porque el trabajo se haga como ellos dicen que debe hacerse. Y de ahí que crean, erróneamente, que las broncas son necesarias para corregir los errores de los colaboradores".
Respire hondo y haga una pausa. Le acaban de gritar. Inhale. Acaba de recordar cómo su jefe solía tratarle. Exhale. ¿Se siente bien? Sea sincero consigo mismo: ¿alguna bronca le ha motivado alguna vez a ser mejor profesional? ¿Le ha ayudado a ser más preciso y cometer menos errores? ¿Le ha inspirado a comprometerse un poquito más con su trabajo y con su empresa?
Si hace memoria, estará de acuerdo en que esta actitud nunca le beneficiaba. Más bien todo lo contrario. Así que, llegados a este punto, vayamos al grano: ¿por qué no escucha a sus colaboradores? ¿Por qué les echa broncas? ¿Por qué les trata sin respeto? A juicio de Martínez de Miguel, "estos jefes suelen centrar su foco de atención en el corto plazo, orientando su pensamiento y su conducta más hacia el cumplimiento de las tareas profesionales que en la relación duradera con las personas con las que trabaja".
Lo cierto es que "todavía hay muchos jefes que no se dan cuenta de que el ordeno y mando es una limitación que demuestra muy poca inteligencia emocional", afirma la coach Maite Barón, directora de Building Visionary Organisations. Una vez que el error se ha producido, "la bronca sólo sirve para agravar la situación, no para enmendarla".
Además, "el autoritarismo contribuye a resquebrajar el ambiente laboral, creando una cultura empresarial basada en el miedo a ser castigado, lo que incrementa la inseguridad y la desmotivación de los trabajadores". Para Barón, "lo más preocupante es que este nivel de inconsciencia en el que operan estos equipos directivos determina el nivel evolutivo que la organización y sus empleados pueden alcanzar".
Ahora mismo, el 15% de los trabajadores -más de tres millones de españoles- se siente quemado, según un informe de la Universidad de Alcalá de Henares. Y entre otras fuentes de tensión y preocupación laboral, el 49,8% de los asalariados -10 millones de españoles- señala la falta de apoyo por parte de sus superiores; el 46,9%, el exceso de presión para alcanzar los objetivos; el 45,4%, la sobrecarga sistemática de trabajo, y el 44,5%, la rigidez con la que el jefe les controla.
En opinión de Barón, "los jefes que echan broncas no se dan cuenta de la repercusión que tienen sus palabras y sus actos sobre los demás y, en consecuencia, sobre su organización". Además, "cuando gritan y se enfadan están mostrando su propia frustración de no saber ser líderes capaces de inspirar a sus colaboradores". Y lo dice porque "las broncas van acompañadas de rabia, ira, resentimiento y demás emociones negativas, que no sólo desgastan muchísimo mentalmente, sino que crean un daño emocional profundo en los demás".
Otro rasgo curioso de estos jefes es que "mientras pagan su mal humor con sus subordinados sin reprimirse lo más mínimo, suelen ser muy falsos, obedientes y sumisos con sus superiores", sostiene Barón. Fruto de esta situación, el 60% de los trabajadores -14 millones de españoles- "no confía en su jefe directo", y un tercio se queja de que "nunca escucha", según datos de la consultora Otto Walter.
Como consecuencia directa, la empresa española padece una pérdida progresiva de sus profesionales con más talento, manteniendo en sus filas a trabajadores de cuerpo presente pero de mente ausente. De hecho, el 46% de los empleados -10,5 millones de españoles- afirma no estar comprometido con su empresa, trabajando muy por debajo de sus posibilidades y capacidades, según datos de la consultora Towers Perrin. Otro 35% se muestra "parcialmente comprometido", con lo que sólo el 19% restante está "generando valor añadido".
Pero entonces, ¿por qué se sigue utilizando el autoritarismo? Por una mezcla entre herencia e inercia. "Estos jefes son un producto de la cultura de las empresas donde fueron educados o, mejor dicho, condicionados", explica Ernesto Póveda, director de la consultora de recursos humanos ICSA. De ahí que se diga que "dirigen según la vieja escuela".
Aunque el autoritarismo se ha venido utilizando a lo largo de las últimas décadas, "genera insatisfacción entre los trabajadores, atentando contra la salud de la empresa a medio plazo", insiste Póveda. Y dado el momento actual de crisis económica, "mantener a este tipo de dirigentes es un lujo que ninguna empresa puede permitirse". De ahí que esté "condenado a desaparecer". Se trata de "una simple cuestión de evolución y adaptación a la nueva conciencia y valores de la sociedad, que reclama otras condiciones laborales, empezando por la forma de ser tratados por sus jefes".
Paralelamente y gracias al auge del movimiento que abandera la Responsabilidad Social Empresarial (RSE), un nuevo liderazgo está emergiendo en el corazón de cada vez más empresas españolas. "La gestión ética y humanista es una consecuencia de la responsabilidad asumida por sus directivos, que están tomando conciencia de que es la única forma de promover negocios innovadores, productivos y realmente sostenibles", reflexiona Póveda.
"Ha llegado la hora de dejar de dar órdenes y de empezar a liderar". Más que nada porque "la verdadera autoridad no puede imponerse, sino que es un reconocimiento que se consigue al ganarse el respeto y la confianza de los colaboradores con un trato más humano y cercano", afirma Póveda. Y concluye: "El mejor momento para cambiar es ahora".
jueves, 18 de septiembre de 2008
Dióscoro Galindo y los banderilleros
El maestro cojo y los banderilleros
Un profesor y dos miembros de la CNT compartieron verdugo y fosa con Lorca
FRANCISCO VIGUERAS ROLDÁN El Mundo, 18/09/2008
El hecho de que Dióscoro Galindo González, maestro de Pulianas (Granada), fusilado por los fascistas granadinos al comienzo de la Guerra Civil por defender la escuela popular y laica, compartiera verdugos y fosa con el poeta Federico García Lorca lo ha convertido en símbolo de miles de maestros republicanos, represaliados por el régimen de Franco. El magisterio fue uno de los colectivos más perseguidos por la represión franquista, ya que la República le había confiado la difícil tarea de reformar el sistema educativo. Conocido como “el maestro cojo”, tras perder la pierna izquierda en un accidente, Dióscoro participó activamente en las llamadas misiones pedagógicas, destinadas a erradicar el analfabetismo, muy extendido entre la población rural. Y aquí se topó con la Iglesia, que utilizaba la escuela para adoctrinar a las jóvenes generaciones en la fe católica y garantizarse así el monopolio religioso del país.
Formado en la Institución Libre de Enseñanza, Dióscoro era un maestro humanista y solidario. Organizaba clases nocturnas para los alumnos que no podían ir al colegio porque debían ayudar a sus padres en las faenas agrícolas. Las familias con escasos recursos económicos apreciaban los gestos solidarios del maestro. Dióscoro contaba, además, con el apoyo de las familias liberales, porque impartía una educación laica. Sin embargo, no gozaba de las simpatías de los padres más conservadores, que expresaban su malestar por las enseñanzas que transmitía a sus hijos sobre igualdad, justicia social y libertad. Algunos padres llegaron, incluso, a retirar a sus hijos del colegio.
El maestro Galindo se significó aún más como republicano en las elecciones del 16 de febrero de 1936, cuando representó al Frente Popular en la mesa electoral frente a la candidatura de la derecha. Desempeñó un papel decisivo para impedir que los caciques de Pulianas cometieran fraude en aquella jornada electoral. Sus adversarios políticos nunca le perdonaron la intensa actividad que desarrolló para garantizar la limpieza de la consulta democrática. Cuando el Frente Popular ganó las elecciones, muchos vecinos del pueblo desfilaron delante de su casa al grito: “¡Viva el maestro nacional de Pulianas!”.
El clima de hostilidad hacia el maestro alcanzó la máxima tensión en el verano del 36. El 20 de julio, día de la sublevación militar en Granada, Dióscoro Galindo era ya un hombre señalado por los falangistas de Pulianas como el maestro rojo. Varios pistoleros de la Falange lo detuvieron en su casa, a las dos de la madrugada del 18 de agosto de 1936, en medio del pánico familiar. Su hijo, Antonio Galindo, fue amenazado de muerte por intentar acompañarle al Gobierno Civil, donde Dióscoro coincidió con Federico García Lorca. Horas más tarde, maestro y poeta fueron llevados a La Colonia, un cortijo de Víznar convertido en antesala de la muerte. Allí compartieron sus últimas horas de vida, antes de ser paseados.
Resulta significativo que los franquistas condenaran a muerte a Dióscoro por “negar la existencia de Dios”. Ésa fue la principal acusación que hicieron contra el maestro en su expediente de depuración. Alguien dijo, y con razón, que la guerra la ganaron los curas y la perdieron los maestros.
En el lugar del crimen, junto al maestro y al poeta, hubo dos paseados más. Eran los anarquistas Francisco Galadí Melgar y Joaquín Arcollas Cabezas, muy conocidos en Granada, sobre todo en el mundo taurino, del que llegaron a ser afamados banderilleros.
Los dos sindicalistas eran de los llamados “hombres de acción” de la CNT-FAI que se entregaron en cuerpo y alma a defender los derechos de los trabajadores frente a una patronal despótica y prepotente que respondía con despidos ante cualquier reivindicación laboral. Galadí y Cabezas se unieron a la resistencia en el Albaicín para hacer frente a los militares golpistas. Tras la caída del popular barrio granadino, rompieron el cerco al que estaban sometidos, con intención de seguir combatiendo en defensa de la República. Antes de partir, Galadí quiso ver a su hijo y acudió a un encuentro secreto para despedirse del pequeño de 10 años. Sin embargo, alguien lo delató a los franquistas, que aprovecharon la oportunidad para detenerlo junto a Cabezas, su compañero inseparable en la lucha política y en el ruedo. Fueron azotados y golpeados en el centro de Granada, para escarmiento público, y llevados a Víznar para fusilarlos. El comandante Valdés, máximo responsable de la represión, les tenía especial odio por la rebeldía que siempre habían mostrado. Después de cometer el crimen, los falangistas registraron sus domicilios y quemaron la mayor parte de los documentos y recuerdos familiares. Apenas nos quedan un cartel taurino en el que son anunciados como banderilleros y unas fotos con capote y traje de luces. El nieto de Francisco Galadí está convencido de que su abuelo habría sido un torero célebre de haberse puesto del lado de los vencedores, pero eligió el bando republicano y quisieron borrar su memoria: “No lo han conseguido”.
Francisco Vigueras Roldán es miembro fundador de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Granada y autor de Los paseados con Lorca
Un profesor y dos miembros de la CNT compartieron verdugo y fosa con Lorca
FRANCISCO VIGUERAS ROLDÁN El Mundo, 18/09/2008
El hecho de que Dióscoro Galindo González, maestro de Pulianas (Granada), fusilado por los fascistas granadinos al comienzo de la Guerra Civil por defender la escuela popular y laica, compartiera verdugos y fosa con el poeta Federico García Lorca lo ha convertido en símbolo de miles de maestros republicanos, represaliados por el régimen de Franco. El magisterio fue uno de los colectivos más perseguidos por la represión franquista, ya que la República le había confiado la difícil tarea de reformar el sistema educativo. Conocido como “el maestro cojo”, tras perder la pierna izquierda en un accidente, Dióscoro participó activamente en las llamadas misiones pedagógicas, destinadas a erradicar el analfabetismo, muy extendido entre la población rural. Y aquí se topó con la Iglesia, que utilizaba la escuela para adoctrinar a las jóvenes generaciones en la fe católica y garantizarse así el monopolio religioso del país.
Formado en la Institución Libre de Enseñanza, Dióscoro era un maestro humanista y solidario. Organizaba clases nocturnas para los alumnos que no podían ir al colegio porque debían ayudar a sus padres en las faenas agrícolas. Las familias con escasos recursos económicos apreciaban los gestos solidarios del maestro. Dióscoro contaba, además, con el apoyo de las familias liberales, porque impartía una educación laica. Sin embargo, no gozaba de las simpatías de los padres más conservadores, que expresaban su malestar por las enseñanzas que transmitía a sus hijos sobre igualdad, justicia social y libertad. Algunos padres llegaron, incluso, a retirar a sus hijos del colegio.
El maestro Galindo se significó aún más como republicano en las elecciones del 16 de febrero de 1936, cuando representó al Frente Popular en la mesa electoral frente a la candidatura de la derecha. Desempeñó un papel decisivo para impedir que los caciques de Pulianas cometieran fraude en aquella jornada electoral. Sus adversarios políticos nunca le perdonaron la intensa actividad que desarrolló para garantizar la limpieza de la consulta democrática. Cuando el Frente Popular ganó las elecciones, muchos vecinos del pueblo desfilaron delante de su casa al grito: “¡Viva el maestro nacional de Pulianas!”.
El clima de hostilidad hacia el maestro alcanzó la máxima tensión en el verano del 36. El 20 de julio, día de la sublevación militar en Granada, Dióscoro Galindo era ya un hombre señalado por los falangistas de Pulianas como el maestro rojo. Varios pistoleros de la Falange lo detuvieron en su casa, a las dos de la madrugada del 18 de agosto de 1936, en medio del pánico familiar. Su hijo, Antonio Galindo, fue amenazado de muerte por intentar acompañarle al Gobierno Civil, donde Dióscoro coincidió con Federico García Lorca. Horas más tarde, maestro y poeta fueron llevados a La Colonia, un cortijo de Víznar convertido en antesala de la muerte. Allí compartieron sus últimas horas de vida, antes de ser paseados.
Resulta significativo que los franquistas condenaran a muerte a Dióscoro por “negar la existencia de Dios”. Ésa fue la principal acusación que hicieron contra el maestro en su expediente de depuración. Alguien dijo, y con razón, que la guerra la ganaron los curas y la perdieron los maestros.
En el lugar del crimen, junto al maestro y al poeta, hubo dos paseados más. Eran los anarquistas Francisco Galadí Melgar y Joaquín Arcollas Cabezas, muy conocidos en Granada, sobre todo en el mundo taurino, del que llegaron a ser afamados banderilleros.
Los dos sindicalistas eran de los llamados “hombres de acción” de la CNT-FAI que se entregaron en cuerpo y alma a defender los derechos de los trabajadores frente a una patronal despótica y prepotente que respondía con despidos ante cualquier reivindicación laboral. Galadí y Cabezas se unieron a la resistencia en el Albaicín para hacer frente a los militares golpistas. Tras la caída del popular barrio granadino, rompieron el cerco al que estaban sometidos, con intención de seguir combatiendo en defensa de la República. Antes de partir, Galadí quiso ver a su hijo y acudió a un encuentro secreto para despedirse del pequeño de 10 años. Sin embargo, alguien lo delató a los franquistas, que aprovecharon la oportunidad para detenerlo junto a Cabezas, su compañero inseparable en la lucha política y en el ruedo. Fueron azotados y golpeados en el centro de Granada, para escarmiento público, y llevados a Víznar para fusilarlos. El comandante Valdés, máximo responsable de la represión, les tenía especial odio por la rebeldía que siempre habían mostrado. Después de cometer el crimen, los falangistas registraron sus domicilios y quemaron la mayor parte de los documentos y recuerdos familiares. Apenas nos quedan un cartel taurino en el que son anunciados como banderilleros y unas fotos con capote y traje de luces. El nieto de Francisco Galadí está convencido de que su abuelo habría sido un torero célebre de haberse puesto del lado de los vencedores, pero eligió el bando republicano y quisieron borrar su memoria: “No lo han conseguido”.
Francisco Vigueras Roldán es miembro fundador de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Granada y autor de Los paseados con Lorca
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