domingo, 27 de julio de 2008

El sentido del ridículo en los reality shows

Igual que hay gente deseosa de salir por la tele, otros no lo harían ni bajo amenaza y lo consideran bochornoso y degradante. ¿Qué nos diferencia a unos de otros? "La verdad es que he reflexionado mucho sobre ello", dice Ontiveros, de Antena 3, que fue director de siete ediciones de Gran Hermano y redactor de programas de testimonios en sus inicios profesionales. "A veces lo hablo con mis compañeros. Hay muchas maneras de dividir España y una de ellas es entre los que quieren salir en la televisión y los que no. Yo empecé trabajando de reportero de calle y cuando vas con una cámara hay gente que se te acerca a ver si con suerte les entrevistas y la otra mitad cruza de acera. Hay quienes quieren que le miren, ser el centro de atención, y quienes prefieren mirar. Entre los profesionales de la televisión se ve claramente estos extremos. Mientras que unos suspiran por aparecer en pantalla, por la fama y el reconocimiento, otros muchos queremos mantenernos detrás".

"El ansia por el reconocimiento social que es tan importante para el individuo de la sociedad actual tiene como contrapartida la aparición de un desarrolladísimo sentimiento de vergüenza y ridículo", reflexiona Errasti. "Son las dos caras de la misma moneda. Tan importante como querer ser reconocido como bueno por nuestro grupo social de referencia es no querer ser reconocido como malo por ese mismo grupo. Vanidad y vergüenza. Lo que ocurre es que diferentes grupos sociales tienen diferentes valores, y lo que a ciertas personas les enorgullece a otras personas les avergüenza. Es el mismo interés en el cuidado de la imagen y la identidad pública el que provoca que miles de personas se presenten a Gran Hermano y que millones no nos presentásemos jamás. Los primeros sienten que ganarán prestigio social entre las personas frente a las que quieren tener prestigio social, y los segundos sentimos que perderíamos prestigio social entre las personas frente a las que queremos tener prestigio social que, claro está, no son las mismas que las del primer grupo".

¿Qué nos hace diferentes? ¿De qué depende que unos desarrollen ese sentimiento de vergüenza y otros no? ¿Es algo innato? "La respuesta es una mezcla de factores sociológicos, culturales y psicológicos", continúa Errasti. "No cabe duda de que el nivel económico, social y cultural tiene algo que ver con la tendencia a participar en este tipo de programas. Hay excepciones en ambos sentidos, pero entre mis compañeros profesores de la facultad no hay nadie que se haya planteado ir a Gran Hermano, El juego de tu vida o similares. Las clases culturalmente instruidas tienen un sentido acentuadísimo de la vergüenza, porque son las más preocupadas por aparentar y mantener su estatus. Esto no quiere decir que toda la gente poco formada desee ni mucho menos entrar en Gran Hermano. Ahí ya entran factores individuales. Existen personas más impulsivas que otras, más extravertidas, más narcisistas... Y los motivos de estas diferencias tendrán que ver con los ejemplos presenciados en su familia o en su grupo de iguales, con sus propias experiencias, si ha sido espectador habitual de estos programas...".

Prestigio social. Dinero. Vivir una emoción fuerte. Sea por el motivo que sea, la colaboración ciudadana en antena sigue vivita y coleando. Hace dos semanas arrancó el casting de la décima edición de Gran Hermano, que Tele 5 emitirá en otoño. En la primera semana se apuntaron 30.000 personas, el récord de este reality, el pionero, y eso a pesar de haber perdido mucha audiencia e impacto social. Jaime Guerra, productor ejecutivo del programa, recuerda que el año pasado les sorprendió la cantidad de jóvenes con 18 años recién cumplidos que se presentaron voluntarios. "Chavales que cuando se estrenó la primera edición eran niños. Han crecido con Gran Hermano y ahora quieren participar".

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