domingo, 1 de junio de 2008

La melancolía y la infelicidad como musas inspiradorasEl escritor Eric G. Wilson se lanza contra la idea moderna de la alegría CAROLINA ETHEL - Madrid - El País, 01/06/2008

"Hay carcajadas que te hacen cerrar los ojos". Con esta frase contundente, el poeta Luis García Montero intentaba explicar la batalla que el profesor Eric G. Wilson ha decidido emprender en contra de la joya de la corona. La que todos quieren abrazar. La que los empresarios se empeñan en vender. La que los padres quieren para sus hijos. La que los políticos incluyen en sus discursos: la utópica y sobrestimada felicidad.

"Fue el cavernícola melancólico y retraído que se quedaba atrás y meditaba, mientras sus felices y musculosos compañeros cazaban la cena, quien hizo avanzar la cultura", afirma Wilson en su libro Contra la felicidad. En defensa de la melancolía (Taurus), que aparece en España en esta feria del libro primaveral -nada más feliz- salpicada de lluvia -nada más melancólico. Y es justamente esta dualidad inherente al ser humano la que defiende Wilson en su polémico ensayo.
"El ser humano es feliz e infeliz" conviene José María Ridao, quien ayer hizo la presentación del libro en la feria junto a los escritores Luis García Montero, José María Guelbenzu y Javier Pradera. "Sólo podemos considerarnos ciudadanos en la medida en que nos distanciemos de esa felicidad impuesta, falsa", agregó Ridao.

"Según una encuesta reciente del Pew Research Center, casi el 85% de los estadounidenses cree que son muy felices o, por lo menos, felices". Wilson menciona el culto a la belleza, la obsesión por acumular riquezas y las cómodas pastillas para la felicidad, y se pregunta, casi con desespero, en la introducción de su ensayo: "¿Qué podemos hacer con con esa obsesión por la felicidad, obsesión que podría conducir a la extinción súbita del impulso creativo?".

No es esta elegía a la melancolía de Wilson el discurso huraño del señor Scrooge, de Dickens, sino una voz rebelde contra la imposición deliberada de la idea de felicidad que la sociedad estadounidense se ha empeñado en acuñar y una reafirmación de la melancolía como motor de la creatividad.

Para Montero, "el estado de melancolía permite ser dueño de tu opinión y tu destino", y, sobre todo, "instalarse en el territorio incómodo de la conciencia individual". El mismo Wilson confiesa en su libro que sólo cuando se tomó en serio su melancolía, "mi familia me conoció a fondo y desarrollamos una relación más estrecha".

El debate sobre la relevancia de la melancolía como motor creativo no es reciente. Jorge Luis Borges elogiaba con frecuencia el monumental libro de Robert Burton Anatomía de la melancolía, aparecido en 1921, que también han celebrado en su momento Samuel Beckett, Anthony Burgess y John Keats, quien compuso también su famosa Oda a la melancolía.

Burton afirmaba que sólo son inmunes a la "bilis negra" los tontos y los estoicos. Tiempo después el genial Gustave Flaubert reformularía la idea con una frase más incisiva: "Ser estúpido, egoísta y estar bien de salud, he aquí las tres condiciones que se requieren para ser feliz. Pero si os falta la primera, estáis perdidos".

En 1932, Aldous Huxley en Un mundo feliz adelantó un retrato de la sociedad contemporánea. Una sociedad sin problemas, con tecnología de punta, producción en serie, prosperidad y paz a costa de los valores familiares, la cultura y los sentimientos. Algo parecido a la sociedad estadounidense que critica Wilson y a la cual pertenece el profesor. Wilson se pregunta: "¿Tiene la ignorancia que ver con la felicidad, la cual nos crea mundos planos, sin complejidades intelectuales?". Un cuestionamiento que Ray Bradbury hizo ya en 1953 en su Fahrenheit 451, en el que millones de libros eran quemados porque leer confundía la mente y causaba preocupaciones, por lo tanto impedía que la gente fuera feliz.

El escritor José María Guelbenzu afirmó: "No hay protagonistas felices en la literatura porque la infelicidad genera conflicto dramático", y recuerdó las primeras líneas de Ana Karenina, de Tolstoi: "Todas las familias dichosas se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera". Con ella explicó que "instalarse en la infelicidad es imposible" y que conviene disfrutar de los momentos felices, aunque también "abrazar el éxtasis melancólico para hacer estallar la creatividad".

Wilson cierra su ensayo con una reflexión perturbadora: "Promover la sociedad de la felicidad absoluta es fabricar una cultura del miedo". Y remata con una invitación cálida: "Debemos encontrar el camino, por difícil que sea, para ser quienes somos, hosquedad incluida".

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