jueves, 5 de junio de 2008

Profesor Cuyami
El Mundo de Andalucía, 8 de abril de 2008:

Estoy cansado de escucharle a los compañeros: “Fulanito a mí me trabaja”. Estoy cansado de que no me hagan caso los alumnos, ni nadie. Estoy cansado de los dolores de garganta. Estoy cansado de escuchar que los profesores no trabajamos. Estoy cansado de que mi director tenga un horario donde no existen la mitad de sus horas. Estoy cansado de que siempre que escucho “don” sea con ironía. Estoy cansado de los consejos de muchos pedagogos, que no han entrado en un aula jamás. Estoy cansado de que los políticos se apunten tantos que no mete nadie, pero que si alguien los metiera, seríamos nosotros. Estoy cansado de solucionar robos de lapiceros y estuches. Estoy cansado de temer por la chapa de mi coche. Estoy cansado de planes absurdos como el proyecto de calidad, las ecoescuelas, los espacios de paz y todas esas sandeces que no arreglan nada. Estoy cansado de rellenar partes que no sirven y de que se critique Educación para la Ciudadanía habiendo quinientas cosas que están peor. Estoy cansado de pedirle a los alumnos que abran el libro. Estoy cansado de escuchar cómo me faltan al respeto. Estoy cansado de leer noticias de agresiones a docentes, sin que nadie haga nada. Estoy cansado de tener que coger el coche cada mañana y de conducir para llegar a mi puesto de trabajo, mientras muchos impostores aducen una comisión de servicio por enfermedades que no existen. Estoy cansado de la falta de medios, de las clases de más de treinta alumnos y de sentir que nadie me escucha mientras hablo. Estoy cansado de regañar a los hijos, de regañar a los padres y de que los segundos compren motos a los primeros para celebrar que los he suspendido. Estoy cansado de ver alumnos promocionar, sin aprobar ni el recreo. Estoy cansado de poner notas que no sirven de nada. Estoy cansado de corregir gratis pruebas extraordinarias que se inventa la Junta para engañar a la gente. Estoy cansado de perseguir a los camellos, de buscar droga en las mochilas, de descubrir a niñas embarazadas, de hacer de psicólogo, asistente social, esteticista y hombre de la limpieza. Estoy cansado de ver papeles por el suelo, de escuchar gritos en los cambios de clase, de la Ley del Menor, de las Leyes de Murphy, de ser mirado como un traidor por los alumnos y un mercenario por los padres. Estoy cansado de las promesas de la Junta, de los sindicatos, de las propuestas de los sindicatos, de las propuestas que nunca llegan a nada, de los aumentos de sueldo que nos “proponen”, de asistir al Centro por la tarde para perder mi tiempo, de los cursos del CNICE, de los cenizos cursos del CEP, de preparar actividades que los alumnos no aprecian, del lenguaje no sexista, los membretes de la Junta sobre cualquier cosa, los accidentes, las bibliotecas sin libros y los centros TIC sin demasiados ordenadores y con demasiados tics. Estoy cansado de los inspectores. Sí, estoy cansado de los inspectores. Estoy cansado de que todo el mundo le eche la culpa de todo a la educación, de que las familias se desmoronen, de llegar a punto del colapso a casa, de las ganas de matar a alguien, de no poder castrar químicamente a los futuros violadores que acosan ya a ciertas alumnas, de los padres que fuman porros delante de sus hijos, de los políticos, de todos los políticos, de absolutamente todos los políticos, de las leyes de Educación, reformas, contrarreformas, análisis e informes infumables. Estoy cansado de pasar frío en invierno, de pasar calor en verano, de la falta de corporativismo, de no ser ni tener autoridad, de que lo rompan todo, de no poder dar clases, de que los contenidos sean una anécdota porque son secundarios en Secundaria, de pedir perdón por explicar a última hora, de las programaciones y unidades didácticas, de colocar unos en vez de ceros, de ver cómo todos se cruzan de brazos, de sentir miedo, de ser engañado, de sentirme solo, de saberme sembrador en el desierto, de tantas mentiras, hipocresía, falta de educación en Educación, blasfemias, políticas e ira. Estoy cansado. Pero lo sé: son solo gajes del oficio. Los funcionarios no lloran, pero sí pagan impuestos.

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